La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio 2012 Edición

Carta del Editor - Junio 2012

Carta del Editor - Junio 2012

Queridos hermanos en el Señor:

Esta edición de La Palabra Entre Nosotros está dedicada a los sacramentos, en particular a la Unción de los Enfermos y la Reconciliación o Confesión, los dos sacramentos lla­mados “de sanación”.

Misas de sanación. Hace un tiempo, mi esposa y yo asistimos a una “Misa de sanación” en Falls Church, Virginia. Cuando llegamos, unos 15 minutos ante de la hora seña­lada, la iglesia ya estaba llena de gente, aunque felizmente pudimos encon­trar asiento. Diez minutos después, el templo estaba completamente repleto, con gente de pie al fondo. ¿A qué se debe el gran entusiasmo que des­piertan estas misas? Naturalmente, a que todos necesitamos algún tipo de curación física, sanación emocional o liberación de algún pecado habitual.

No entraremos a analizar la dife­rencia entre una Misa “normal” y una Misa “de sanación”, porque en rea­lidad quien sana a los enfermos es nuestro Señor Jesucristo, y Él está igualmente presente en cualquier tipo de Misa. Tal vez la única diferen­cia es que, en una Misa de sanación, la gente acude con una fe expectante y la esperanza de obtener curación y se hacen oraciones específicas con ese fin, lo que no siempre sucede en una Misa dominical.

Pero, ¡he ahí la clave! ¿Por qué, si todos necesitamos sanación, no acudimos a la Misa dominical con la misma clase de fe expectante de que Jesús está allí y con la espe­ranza cierta de que Él quiere y puede sanarnos? En realidad, tenemos que reconocer que la mayoría de noso­tros, los católicos, tenemos una fe muy débil y muchas veces asistimos a Misa sin realmente esperar que suceda algo extraordinario.

Señor, ¡ten piedad de mí que soy pecador! Así clamaba el ciego de Jericó cuando se enteró de que Cristo se acercaba por la calle. Era su única esperanza; el Señor lo tocó y él recobró la vista (v. Lucas 18,35-43).

Cada domingo y toda vez que asistimos a Misa, nosotros también estamos en la presencia viva y real de Cristo Jesús, nuestro Divino Médico y Salvador, y en la Sagrada Eucaristía recibimos su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. ¿Por qué no clamamos, en el silencio del corazón, pidiéndole ayuda con la misma fe y decisión del ciego de Jericó?

Es por eso que presentamos este tema de la salud física y espiritual en esta edición de la revista, con la espe­ranza de que en muchos hermanos católicos se despierte la fe y el deseo de pedirle al Señor, con toda decisión y confianza, por su propia sanación y salvación y la de sus seres queridos.

Que el Señor escuche las oracio­nes de todos ustedes y muchos sean los que reciban sanación y liberación de todo tipo de males.

Luis E. Quezada

Director Editorial editor@la-palabra.com

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