La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Noviembre 2017 Edición

Abre mis oídos, Señor

Dios nos habla todo el tiempo.
He aquí cómo podemos escucharle

Por: La Palabra Entre Nosotros

Abre mis oídos, Señor: Dios nos habla todo el tiempo. <br>He aquí cómo podemos escucharle by La Palabra Entre Nosotros

Elena y su hija Diana tienen teléfonos “inteligentes” que son idénticos. Los compraron juntas y de la misma marca, así que son iguales en todo sentido, lo cual significa que el teléfono de Elena puede hacer todo lo que hace el de Diana, a saber, enviar y recibir llamadas telefónicas, mensajes de texto y correos electrónicos; tomar fotos y reproducir música.

Tiene miles de aplicaciones y acceso a Internet. No obstante, casi todos los días, Diana le muestra a Elena otra “cosa” que puede hacer su teléfono y que ésta nunca se imaginó que fuera posible. “¿Cómo puedes hacer todas esas cosas? —le pregunta a su hija— Me sorprende la poca capacidad que realmente uso de mi teléfono, ¡aunque lo llevo conmigo todo el día!”

Los teléfonos de Elena y Diana son iguales y tienen la misma capacidad, pero sólo la hija está aprovechando al máximo todo lo que el teléfono puede hacer. De manera similar, todos fuimos creados con la capacidad de recibir la revelación de Dios, pero muy pocos de nosotros la estamos aprovechando plenamente. La mayoría no experimentamos toda la fuerza y la orientación que tenemos a nuestro alcance porque, al igual que Elena, no sabemos cómo utilizar las herramientas espirituales que Dios nos ha dado.

El ojo no ha visto. Como dijimos en el artículo anterior, Dios quiere revelarse a sus hijos; quiere darnos su sabiduría y orientación. De hecho, él nos hizo de esta manera, y fue sólo por causa del pecado que se dañaron las líneas de comunicación entre Dios y su pueblo.

¿No te parece sorprendente, hermano, que, en lugar de rechazarnos cuando nos separamos de él por el pecado, Dios nos haya tendido la mano? Por intermedio de su Hijo, nos reconcilió consigo y cuando lo hizo también restituyó en nosotros la capacidad de recibir la revelación. Mediante el don del Bautismo, hemos “nacido de lo alto” y recuperamos la capacidad de “ver” el Reino de Dios (Juan 3, 3), de manera que ahora somos capaces de vivir en un plano más profundo, un plano que incluye el don de la revelación.

San Pablo escribió lo siguiente a los corintios: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman. Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu” (1 Corintios 2, 9-10). Esta es una distinción esencial. La comprensión humana por sí sola no puede comprender el pleno significado de la gloria ni de las promesas de Dios. Es sólo por revelación que estas promesas pueden cobrar vida y despertar en nosotros el deseo de dejar de lado nuestros propios planes y adoptar los de Dios.

Parece fácil, ¿no? ¿Quizás un poco irreal también? Después de todo, quién de nosotros puede decir que “escucha” a Dios cuando ora? Pero San Pablo no quiere darnos expectativas poco realistas. No, lo que nos dice es que, con el tiempo, todos podemos experimentar la revelación, si nos dedicamos a escuchar asiduamente la voz de Dios. El Señor nos anima a hacernos periódicamente un examen de conciencia para ver si tenemos algún pecado no confesado que sea un obstáculo para recibir la revelación de Dios. Veamos cómo se nos revela Dios.

El cielo proclama la gloria de Dios. La Sagrada Escritura nos dice que “Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno” (Génesis 1, 31), y en efecto todos podemos contemplar las maravillas de la creación. Todo lo que hay dentro y alrededor de nosotros tiene el potencial de ponernos en contacto con Aquel que lo creó: la belleza de las flores, la majestad de los cielos, la agilidad del cuerpo y la sorprendente capacidad de la mente humana. Todo esto nos da pistas para ver y conocer a Dios, nuestro Creador.

La creación tiene una capacidad tan poderosa para revelar a Dios que incluso se dice que aquellos que se oponen al Señor “no tienen excusa” para su incredulidad: “… lo que se conoce acerca de Dios es evidente, porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado” (Romanos 1, 20), tal como lo escribió el salmista: “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día transmite el mensaje al otro día, y una noche a la otra noche revela sabiduría. No hay mensaje, no hay palabras; no se oye su voz, pero por toda la tierra salió su voz, y hasta los confines del mundo sus palabras” (Salmo 19, 2-5).

Dedica un tiempo esta semana para contemplar la hermosura de la creación y deja que el mundo creado te hable. Observa el firmamento nocturno, pasea por un jardín, un bosque o un parque. Contempla la serenidad y la fuerza del oleaje marino y la corriente torrentosa de un río. Aquieta la mente y reconoce que la creación misma te mueve a la humildad y al amor a Dios. ¡Tu magnífico y asombroso Dios ha preparado este maravilloso espectáculo de su gloria… nada más que para atraerte junto a sí!

La Palabra revelada. La Palabra de Dios nos dice que el Todopoderoso es el único Dios verdadero (Juan 17, 3); que él es el primero y el último (Isaías 44, 6); el Alfa y la Omega, el que era, que es y que ha de venir” (Apocalipsis 1, 8); nos dice que el Altísimo es invisible, inmortal y eterno (Romanos 1, 20. 23; 16, 26), y que nada es imposible para él (Marcos 10, 27).

Estos atributos describen el poder de Dios, pero en muchos pasajes de la Sagrada Escritura vemos cómo es el corazón de Dios, por ejemplo, en la historia de Moisés y los israelitas en el libro del Éxodo. Allí vemos el amor de Dios y su deseo de liberar a su pueblo. También podemos leer el relato de Pentecostés en Hechos 2, donde vemos cuánto quiere Dios llenar a sus hijos de su Espíritu. En realidad, en todo el libro de los Hechos vemos que Dios quiso revelarse a muchas personas en cualquier parte del mundo.

El texto sagrado nos enseña quién es Dios y cuánto nos ama; nos dice que Dios tiene un plan lleno de amor para su Iglesia; que nuestro Dios es paciente, rico en misericordia y pronto a perdonar. Todos estos mensajes de la Escritura pueden cambiar nuestra vida si los meditamos en oración y le pedimos al Espíritu Santo que nos revele sus verdades en lo profundo del corazón.

Una Tradición viva. Además de la creación misma y de la Sagrada Escritura, el Señor también se revela a través de la sagrada Tradición de nuestra Iglesia. La palabra “Tradición” no significa aquí la manera en que transmitimos, de una generación a otra, las costumbres y rituales que atesoramos como forma de preservar nuestro pasado. Más bien, la Tradición se refiere a la manera en que Jesús encomendó sus enseñanzas a los apóstoles, enseñanzas que éstos conservaron y pasaron a la siguiente generación. Esta Tradición, tal como está contenida en las doctrinas, las instituciones y las prácticas de la Iglesia, continúa prestándonos un valioso servicio hoy. Cuando se combina con las palabras de la Sagrada Escritura, la Tradición nos presenta un cuadro más completo de quién es Dios y lo mucho que quiere él colmarnos de sus bendiciones, y la vida de santidad y paz que él espera que llevemos.

Esta enseñanza que contiene la Tradición demuestra que la revelación no se limita al hecho de que Dios nos dé información acerca de sí mismo. Si Dios quisiera hacer solamente eso, nos bastaría con la Biblia y el Catecismo. Pero nuestro Padre quiere llegar a una comunión personal con cada uno de nosotros. Así como unos esposos se expresan el amor de muchas maneras diferentes, también lo hace nuestro Dios. En la belleza de la liturgia y en las complejidades de la vida de la Iglesia; en la majestad de las montañas y la fuerza de los océanos; así como en los relatos, los poemas, las oraciones, y las enseñanzas de la Biblia, en todas estas formas, nuestro Padre nos invita a recibir su vida y su amor.

Así pues, hermano, la próxima vez que escuches que el Santo Padre está enseñando acerca de algún aspecto del Evangelio, o cuando escuches la homilía del sacerdote de tu parroquia, has de saber que Dios está actuando, dispuesto a mostrarte su divina faz y acercarte más a su lado. La próxima vez que asistas a un bautizo, o trates de aplicar las enseñanzas de la Iglesia en asuntos de justicia y paz, abre los ojos de tu corazón y contempla lo que Dios te está tratando de mostrar sobre su carácter. ¡El Señor está siempre trabajando de muchas maneras y comunicando su revelación a cuantos tienen ojos para ver y oídos para oír!

Amplía tus horizontes. No hay ninguna razón para que nos conformemos con apenas una limitada “capacidad espiritual”. Los usuarios de los teléfonos inteligentes amplían sus horizontes digitales manteniendo cargada la batería del celular, leyendo el manual del usuario y experimentando con nuevas aplicaciones. De manera similar, nosotros los fieles también podemos ampliar nuestros horizontes, recibiendo la revelación de Dios y “recargando las baterías” espirituales haciendo oración diaria, leyendo su “manual” contenido en la Sagrada Escritura, y procurando escuchar la voz del Espíritu Santo.

Jesús quiere darnos un “espíritu de sabiduría y revelación” (Efesios 1, 17), para guiarnos por “la senda de la vida” (Salmo 16, 11). Así podremos aprovechar todas las herramientas que él nos ha dado y ampliar nuestros horizontes pidiéndole al Espíritu Santo que nos conceda una revelación cada vez más profunda de los misterios de su amor y sus planes.

Comentarios