La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Abril/Mayo 2008 Edición

Veamos, escuchemos y creamos

Cómo experimentar hoy al Señor Resucitado

El Evangelio de San Juan contiene algunos de los relatos más memorables de la resurrección del Señor, especialmente sobre los efectos que este extraordinario acontecimiento tuvo en las personas más allegadas a Él.

Recordemos, por ejemplo, la forma en que San Juan nos cuenta el episodio: El domingo de Pascua, María Magdalena fue a la tumba y la encontró vacía. Fue corriendo a donde estaban Pedro y Juan, y ellos mismos corrieron a ver el sepulcro. Luego, Jesús se apareció a sus apóstoles y finalmente se le apareció a Tomás (v. Juan 20,1-29).

Si meditáramos atentamente en estos sucesos, seguramente veríamos ciertas pautas emocionantes e inspiradoras de fe que nos ayudarían a creer "que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios" (Juan 20,31). Por eso mientras usted lee estos relatos con nosotros, pídale al Espíritu Santo que le permita percibir el hermoso y sorprendente mosaico de fe que nos muestra la historia de la Resurrección. Pídale que este mosaico de fe llegue a ser parte también de su propia fe.

Meditemos en la resurrección. En aquel primer Domingo de Pascua, María Magdalena fue a la tumba llevando especias para ungir el cuerpo de Jesús. Si bien no tenemos la menor idea de cómo pensaba ella mover la enorme piedra que cubría la entrada de la tumba, sus acciones denotan claramente que amaba mucho al Señor. Pero, para sorpresa suya, cuando llegó vio que la tumba ya estaba abierta y el cuerpo de Jesús no se veía por ninguna parte. Suponiendo que alguien se lo había llevado, corrió a decírselo a Pedro y Juan.

Los dos apóstoles corrieron a ver lo que sucedía. Juan llegó primero, pero mientras esperaba a Pedro, miró y vio las vendas sin el cuerpo de Jesús. Una vez que llegó Pedro, los dos entraron y no vieron más que las vendas, pero el lienzo que le había cubierto la cabeza estaba doblado cuidadosamente y puesto aparte.

Juan no había visto al Señor resucitado, pero creyó que las promesas se habían cumplido. Tal vez no pensó como María, que alguien se había llevado el cuerpo, porque vio las vendas que estaban en el suelo. Quizás fue porque también vio el otro lienzo doblado, o bien pensó que, si alguien hubiera movido el cuerpo, no habría tocado estos paños aunque sólo fuera por razones religiosas. Cualesquiera hayan sido las evidencias que influyeron en su razonamiento, Juan llegó a una conclusión basada en su fe y en sus propias observaciones personales.

Juan no sabía todas las cosas, ?pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar" (Juan 20,9). No obstante, su amor a Jesús y la posibilidad que le brindaban las nuevas pruebas que ahora veía con sus propios ojos despertaron su fe de una manera más clara y concluyente: vio y creyó (20,8).

Ahora bien, ¿qué podemos aprender de Juan los que jamás hemos visto al Señor resucitado? Primero, podemos seguir su ejemplo. Juan tampoco había visto al Señor, pero creyó; y creyó porque le pareció que se estaban cumpliendo las promesas de Jesús acerca de la resurrección. De modo similar, si consideramos la evidencia acumulada en los 2000 años pasados, podemos creer que, al parecer, las promesas de Jesús también se están cumpliendo ahora. Si tuviéramos en cuenta todos los milagros, todas las experiencias de los santos, todas las apariciones y todas las conversiones a Cristo que han ocurrido en los 20 siglos pasados, también veríamos que se fortalece nuestra fe. Del mismo modo, si dedicamos tiempo, como Juan, a meditar en Jesús y en sus promesas, el Espíritu Santo nos revelará a Cristo y nos llevará a dimensiones nuevas y más profundas de fe.

Escuchemos sobre la resurrección. Si nos dedicamos a meditar y contemplar la resurrección de Jesús, llegaremos a una fe más firme. Sin embargo, el encuentro de María Magdalena con Jesús nos habla también de otra manera de encontrar al Señor: escuchando lo que Él nos dice.

Juan y Pedro volvieron a casa, pero María permaneció en la tumba haciendo duelo por Jesús. Habían matado brutalmente a su amado maestro y ahora había desaparecido su cuerpo. Luego, de repente, vio al señor y no lo reconoció. En ese momento María estaba sobrecogida de dolor, tristeza e incredulidad y pensaba que alguien había robado el cuerpo (Juan 20,13-14). Por eso, cuando Jesús le preguntó, "¿Por qué lloras?", respondió: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto" (20,15). Finalmente, el Señor la llamó por su nombre y entonces ella lo reconoció.

La manera en que Jesús se presentó a María, como disimulado, nos recuerda a José, en el Antiguo Testamento, que también se presentó en forma disimulada ante sus hermanos (Génesis 42) y nos recuerda a los dos discípulos que iban camino de Emaús, que no reconocieron al Señor resucitado (Lucas 24). Estos pasajes nos permiten ver que, a veces, cuando nos parece que Jesús está lejos, en realidad está allí mismo, a nuestro lado. El Señor siempre quiere compartir su amor con nosotros, pero si la fe es débil, no podemos verlo. María no pudo creer que Jesús hubiera resucitado, aunque vio los mismos lienzos doblados que a Juan le sirvieron para creer.

Lo que resulta alentador es que a pesar de que María tenía una fe débil, su amor fue suficiente para que Jesús se mostrara a ella. Esa primera mañana de Pascua, Jesús llevó la fe de María a un nivel más profundo y lo hizo mediante un encuentro personal y vivificador. Una y otra vez, la Escritura nos alienta a escuchar lo que nos dice Jesús, y a tener el corazón abierto para percibir su revelación (Efesios 1,17-19; 1 Corintios 2,9-10; 1 Pedro 1,13), porque quiere decirnos que Él está allí mismo, muy cerca de nosotros; quiere manifestarse a cada uno de sus fieles y darnos a todos sus palabras de sabiduría, consuelo, amor y misericordia.

El Espíritu y la Resurrección. Cuando María vio a Jesús, su fe cobró vida, al punto de que fue la primera en anunciar la resurrección. En efecto, fue a llevarles la noticia a los apóstoles, pero al parecer ellos no creyeron en su testimonio sino hasta después que vieron a Jesús resucitado. Sólo después de estos acontecimientos, el Señor comunicó su Espíritu Santo a los apóstoles, soplando sobre ellos y dándoles poder para comenzar a construir la Iglesia.

Esto mismo que sucedió en aquel entonces puede sucedernos a nosotros hoy. El Espíritu Santo quiere realizar una gran obra en el mundo actual, tan lleno de problemas, y esa obra comienza con la buena noticia de la resurrección. Comienza con nuestra convicción de que Jesús es el único que puede librar al ser humano de la carga del pecado; comienza con nuestra fe de que hemos sido resucitados con Cristo y hemos recibido su poder para iniciar una vida nueva. Comienza con nuestra firme creencia de que Jesús quiere buscar y rescatar a toda las ovejas que se han quedado por el camino o se han perdido para traerlas a casa. Esa es la misión que nos ha encomendado a todos.

La Resurrección y la Iglesia. Ningún comentario sobre la resurrección estaría completo si no mencionáramos el episodio de Tomás. Conviene aclarar, pues que, a pesar de todos los comentarios negativos que Tomás ha recibido durante los siglos, hay que reconocer que él fue el primero en declarar que Jesús era su Señor y su Dios (Juan 20,28), confesión de fe que lleva a la salvación (Filipenses 2,10-11).

Sí, es cierto que Tomás pidió una prueba palpable de la resurrección y el Señor se la dio, lo que nos demuestra que tenemos un Dios que nos ama y que entiende la diferencia entre una fe débil y una vida de incredulidad y autosuficiencia. Tomás era simplemente un hombre de poca fe, que no lograba creer que alguien pudiera resucitar, aunque sus mejores amigos lo afirmaban. Todos nosotros, en un momento u otro, hemos actuado como Tomás, y Jesús sabe que a veces tenemos poca fe, pero Él nos mira con compasión.

Tomás tenía que aceptar el testimonio de los otros apóstoles y eso le parecía muy difícil. Aun cuando había permanecido con ellos por tanto tiempo, algo en su interior le impedía confiar del todo. A veces, la fe colectiva del cuerpo de Cristo es más fuerte que la escasa fe de una sola persona. Esos son los momentos en los que tenemos que confiar en el testimonio comunitario de la Iglesia. La verdad es que todos nos necesitamos unos a otros, para inspirarnos, alentarnos mutuamente y llevarnos hacia una experiencia de fe más profunda. Tal vez no seamos capaces de aumentar la fe de unos y otros, pero podemos proclamar aquello que conocemos y que hemos visto y experimentado. Incluso hay ocasiones en que nuestro testimonio del Señor resucitado es justo lo que alguien necesitaba escuchar, aun cuando su respuesta inicial haya sido como la de Tomas, de duda, escepticismo o poca fe.

El Señor ha resucitado. Hay personas como María Magdalena y los apóstoles Tomás y Juan que tuvieron experiencias maravillosas con el Señor resucitado, y esas experiencias han llegado hasta nosotros. Es cierto que sus testimonios nos ayudan para depositar nuestra esperanza en la resurrección, pero más que nada nos mueven a meditar en Jesús, pedirle que nos conceda una fe clara y profunda e invitarlo a que Él sea nuestro Señor y Salvador.

Así pues, unámonos a estos grandes santos y pidámosle al Señor Jesús que nos dé fuerzas y nos bendiga, a quienes no lo hemos visto y sin embargo creemos, para entregarnos sin reserva en sus manos y comprometernos con la misión de su Iglesia. Quiera Dios que todos trabajemos para que llegue el día en que toda rodilla se doble en adoración y toda lengua confiese que "Jesucristo es el Señor, para gloria del Padre" (Filipenses 2,11).

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