La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Abril/Mayo 2007 Edición

Ustedes recibirán poder

Realmente podemos cambiar el mundo

Antes de ascender al cielo, Jesús prometió enviar a su Espíritu Santo a los discípulos para reavivar la fe de ellos, darles sabiduría y consolarlos en tiempos de necesidad.

Desde ese momento, los creyentes han llegado a entender que todos necesitamos al Espíritu Santo para vivir en forma práctica nuestra fe y ser testigos del Señor. De hecho, fácilmente podríamos ampliar la famosa cita de San Pablo que encontramos en Efesios 2,4: "Pero Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados."

Justo antes de su ascensión, Jesús dijo a los discípulos que no se fueran de Jerusalén, sino que esperaran allí mismo. "Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo" (Hechos 1,5). Ahora, Jesús ya había muerto y resucitado. Los discípulos ya habían "recibido vida"; pero el Señor les decía ahora que era necesario que sucediera algo más para que ellos pudieran cumplir adecuadamente su vocación, la misión que les daba.

Ese "algo más" era el poder que recibirían cuando el Espíritu Santo fuera derramado sobre ellos; era el poder sobrenatural que los elevaría al cielo y les comunicaría fuerza para realizar milagros; era el poder que los transformaría para salir "a dar testimonio de mí, en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas de la tierra" (Hechos 1,8).

Humildes comienzos. Los apóstoles vivieron en una época de un crecimiento extraordinario. La Iglesia comenzó con un grupo muy pequeño de personas, pero en 30 años se había propagado por toda la región del Mediterráneo. Este crecimiento tan sorprendentemente rápido se produjo porque los discípulos estaban llenos de la fuerza del Espíritu Santo y experimentaban lo que significa "recibir vida". Viendo que Dios actuaba con tanto poder en ellos mismos, cada vez tuvieron mayor confianza en la acción del Espíritu y así como la fe y la esperanza fueron creciendo en ellos, la Iglesia en general fue creciendo también.

Su fidelidad y deseo de cumplir la misión del Señor era tan fuerte que les hizo incluso alegrarse cuando tuvieron que sufrir arrestos, azotes y persecución por causa de Jesús (Hechos 5,40-41). En realidad, en lugar de hacerlos desanimarse, estos "tropiezos" no hicieron más que aumentar su decisión de predicar el Evangelio, y los llevó a volverse a Dios con más fuerza en la oración y a pedir más del Espíritu Santo.

Lo mismo puede suceder con nosotros hoy día. Mientras más y mejor cooperemos con el Señor, más nos sentiremos llenos de su sabiduría y su consejo. Mientras más dóciles seamos al Espíritu Santo, mejor conoceremos la paz, la misericordia y la compasión de Dios. Cualesquiera que sean las situaciones que nos toque enfrentar, el Espíritu Santo nos premiará con la gracia de Dios si lo buscamos con humildad y fidelidad. Y cuando le pedimos al Señor una mayor porción de su amor y de su poder en nuestra vida no estamos pecando de ser demasiado codiciosos ni ambiciosos. Después de todo, esta fue precisamente la manera como se fue edificando la Iglesia primitiva y ha sido el secreto de toda obra de renovación que se ha producido en la historia de la Iglesia.

Ganar el mundo. ¿Y qué sucede en nuestra época? Sería difícil determinar si las pruebas y dificultades que enfrentamos son más o menos graves que las que tuvo la Iglesia primitiva, pero sí podemos estar seguros de que nosotros también, al igual que los apóstoles San Pedro, San Pablo, Santiago y San Juan, necesitamos los dones del Espíritu Santo, y también su consejo, su paciencia y su fortaleza.

¿Cuáles son los principales problemas que enfrentamos hoy los cristianos? La Escritura nos pide que seamos pobres de espíritu y que amemos a los pobres, pero vivimos en un mundo que adora la riqueza y que descuida a los pobres. Si bien Jesús nos pide dolernos por nuestros pecados y arrepentirnos, el mundo nos dice que el pecado no es más que un mito y que todos los males pueden arreglarse con buenas fórmulas psicológicas, económicas o sociales. Jesús nos pide ser mansos y humildes, pero nos sentimos arrastrados por una corriente de ambición y egoísmo. Jesús nos pide que demostremos compasión y misericordia al prójimo, sin embargo a nuestro alrededor no vemos más que resentimiento, abusos y violencia. Jesús nos pide que seamos puros de corazón, pero la sociedad está dominada por la corrupción y el engaño, y cuando se habla de castidad no se recibe más que burla y ridículo.

Todo esto presenta naturalmente un cuadro pesimista, pero es necesario decir claramente que el mundo es creación de Dios y por eso es bueno, y que el Señor finalmente triunfará sobre el pecado que ahora se hace dueño del mundo. El Espíritu Santo está preparado para conducir a sus fieles hacia una gran época de renovación, y para eso nos llenará de su poder de manera que podamos mantenernos firmes contra las fuerzas que se oponen a Dios y hagamos avanzar el reino de los cielos en este mundo. El Espíritu Santo es la única esperanza que tenemos de cambio y renovación en el mundo, porque, como lo dijo San Juan, "el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo" (1 Juan 4,4).

Los primeros discípulos esperaron en Jerusalén hasta que fueron llenos del poder del Espíritu Santo. Hoy día el mismo Espíritu que movió a los apóstoles para entregarse más a Dios, quiere movernos a nosotros a hacer otro tanto. Es el mismo Espíritu que los convenció de que Jesús había ganado la victoria y que quiere convencernos a nosotros de que hemos recibido vida y que podemos ser sus testigos hasta los confines de la tierra.

Espíritu Santo, ven y renueva a tu pueblo. Hermanos y hermanas, a veces la llamada a ser testigos de Cristo nos parece agobiadora, pero no estamos solos. Nos tenemos los unos a los otros; tenemos la comunión de los santos; tenemos la Sagrada Eucaristía y, por sorprendente que parezca, tenemos el poder del Espíritu Santo, que vive en nosotros y que cada día nos comunica la fortaleza de la gracia de Dios.

Aquellos que recibieron una vida nueva al principio y que escucharon cuando Jesús dijo "ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo" fueron muy pocos, pero cuando recibieron el poder de Dios, salieron al mundo y cambiaron la faz de la tierra. Estaban plenamente convencidos y decididos de la realidad de Cristo y su obra; pero por sobre todo, estaban llenos del Espíritu Santo.

Al igual que ellos, nosotros también tenemos que confiar que el Espíritu Santo nos está preparando y llamando a ser testigos de Cristo en el mundo. Necesitamos confiar en que el Espíritu está actuando en nuestros días con la misma fuerza con que lo hizo en el siglo I, porque desea traer a casa a los que se han perdido, y quiere renovar y profundizar la fe de los que ya están en casa, para que experimenten un mayor grado de la gracia que han heredado. El Señor anhela renovar la faz de la tierra para que ya no haya más guerra, pobreza ni sufrimiento. ¡Y quiere hacerlo a través de sus propios testigos!

En el Bautismo fuimos llenos del Espíritu Santo, y si dejamos que la gracia allí recibida nos renueve, tendremos una gran motivación para ser testigos de Dios. Así pues, tratemos todos de responder a la llamada del Señor, porque Él nos está diciendo: "Mi Espíritu Santo les ha dado vida a todos ustedes y les ha dado poder. Ahora tomen los dones y las bendiciones que les he dado y disfrútenlos. Usen mis dones, para que se acerquen más a mí y a su prójimo. Luego, salgan al mundo y sean mis testigos en sus hogares, sus vecindarios, sus ciudades y hasta los confines de la tierra."

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