La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Oct/Nov 2009 Edición

Ustedes recibirán poder

Una invitación del Espíritu Santo

Ustedes recibirán poder: Una invitación del Espíritu Santo

"Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí" (Hechos 1,8)

En julio de 2007, el Papa Benedicto XVI emitió su acostumbrada carta anual a los jóvenes, en la que presenta las bases que tendría la Jornada Mundial de la Juventud de 2008, realizada en Sydney, Australia. Es una carta alentadora, que interpela y genera entusiasmo. ¿Por qué? Porque en ella el Santo Padre expresó su más profundo deseo de que los jóvenes —y en realidad todos nosotros— experimentemos el poder y la presencia del Espíritu Santo.

El “agente principal” de la historia de la salvación. Benedicto comienza su carta escudriñando la Escritura para ver cómo ha actuado siempre el Espíritu Santo hasta llegar al gran día de Pentecostés, cuando el poder de Dios se derramó sobre todos los creyentes. Y ¿qué sucedió aquel día? Dice el Papa: “El Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles, revistiéndolos de una fuerza que los hizo audaces para anunciar sin miedo: ‘¡Cristo ha muerto y ha resucitado!’ Libres de todo temor comenzaron a hablar con franqueza.”

Este derramamiento del Espíritu inspiró a los apóstoles y les comunicó valentía para construir la iglesia primitiva. Pero, ¿saben qué? ¡Esta es la misma experiencia que todos debemos tener! Como lo dijo el Santo Padre, “he querido invitaros a profundizar en el conocimiento personal del Espíritu Santo . . . Pero no basta conocerlo; es necesario acogerlo como guía de nuestras almas, como el ‘Maestro interior’ que nos introduce en el Misterio trinitario, porque sólo Él puede abrirnos a la fe y permitirnos vivirla cada día en plenitud.”

Teología 101. Vale la pena detenerse aquí un poco para aclarar ciertos hechos básicos. Si te bautizaron cuando eras bebé, probablemente en ese momento no hiciste nada más que llorar. Pero mientras llorabas, Dios estaba haciendo algo grande en tu vida: estaba declarando que desde ese momento eras su hijo y estaba abriendo las compuertas del cielo y derramando sobre ti “toda clase de bendiciones espirituales” (Efesios 1,3) y, lo que es más importante aún, te estaba purificando de la mancha del pecado original.

Hace ya muchos siglos, San Pablo enseñó sobre el pecado original diciendo que “por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y así la muerte pasó a todos porque todos pecaron” (Romanos 5,12) y añadió que “por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron hechos pecadores” (5,19). Es decir, el pecado trajo al mundo la muerte espiritual; por eso, para rectificar la situación, el Señor dijo que todos teníamos que nacer de nuevo “de agua y del Espíritu” (Juan 3,3.5).

Nacer del agua y del Espíritu: ¡eso es exactamente lo que sucedió cuando te bautizaron! El agua que el sacerdote derramó sobre ti te lavó la mancha del pecado original y recibiste una vida completamente nueva, es decir, “naciste desde lo alto”. Pero esta vida nueva te llegó como una semilla pequeñita que necesita cuidado y nutrición. Piénsalo: Un bebé recién nacido tiene todo lo que tú tienes, pero no puede hacer nada. Sin embargo, cuando crezca todo aquello que tenía solamente en forma potencial se actualizará y él o ella podrá hacer cada vez más cosas. Esto es lo que Dios quiere hacer también en tu interior: desarrollar todos los dones bautismales que Él te dio mientras vas creciendo en la fe. Y mejor aún, el Señor mismo quiere ayudarte a crecer conforme vas avanzando.

En efecto, cuando la semilla recibe riego y nutrición, crece. Pero hay algo más que también necesita: la luz del sol. Y este “sol” es el Espíritu Santo, que hace brillar la cálida luz del amor de Dios sobre nosotros y proyecta la buena noticia diciéndonos lo grandioso que es Jesús, la razón por la cual murió por nosotros y cómo quiere que vivamos.

Sabemos que hay innumerables jóvenes en todo el mundo que quieren ser buenos, y muchísimos de ustedes también hacen todo lo que pueden para serlo, porque sus intenciones por lo general son muy buenas. Pero las tentaciones del maligno y las inclinaciones naturales al mal que tiene el ser humano (consecuencia del pecado original) hacen muy difícil concretar esas buenas intenciones. La verdad es que sin la ayuda del Espíritu Santo es casi imposible complacer a Dios.

El campo de batalla. ¿Sabías tú que ahora mismo se está librando una batalla en tu propia alma? Es la lucha entre el bien y el mal, y es mucho lo que está en peligro. ¡Pero no tienes que luchar solo! Tienes al Espíritu Santo que te inspira; tienes la Sagrada Eucaristía que te reconforta y tienes a otros jóvenes fieles como tú que pueden solidarizar contigo.

La vida de San Pablo es un gran ejemplo de cómo quiere el Señor que ganemos esta batalla. Uno de los primeros compañeros de misión de Pablo, llamado Juan Marcos, se sintió intimidado por las dificultades que encontraba al predicar el Evangelio y decidió abandonar a Pablo y Bernabé en medio de un viaje misionero. Pero con el tiempo, el Espíritu Santo le ayudó a superar el temor y pidió volver al lado de ellos.

Bernabé quería aceptarlo, porque veía que había crecido en la fe y merecía otra oportunidad; pero Pablo se negó tan rotundamente que la situación provocó una división entre ambos apóstoles. ¡Qué lástima! ¿Por qué no pudieron resolver el desacuerdo? ¿Por qué Pablo se mostró tan inflexible? ¿Por qué Bernabé no trató de llegar a una solución de compromiso? Porque el poder del pecado tiene fuerza para dividirnos e impedir que sigamos edificando el reino de Dios.

Finalmente se vio que Bernabé tenía razón. Juan Marcos terminó escribiendo el primer Evangelio, el que lleva su nombre. También parece que al final Marcos y Pablo resolvieron sus diferencias (2 Timoteo 4,11), y en esto vemos que Pablo finalmente ganó la batalla que se libraba en su propia mente. En esto vemos que ganando las batallas que nos toca enfrentar día a día finalmente llegaremos a ganar la guerra por la conquista de nuestra propia alma. En situaciones como este desacuerdo entre Pablo y Bernabé, el Espíritu Santo —y probablemente los hermanos y hermanas de Pablo en Cristo— tuvo la oportunidad de hacerle ver su error a Pablo y ayudarle a cambiar un poco para asemejarse más a la imagen de Jesucristo, nuestro Señor.

Todos podemos pecar de tercos u orgullosos de vez en cuando y todos podemos cometer muchos otros pecados; de hecho todos tenemos talentos, dones y virtudes, pero también errores, malos hábitos y otras faltas. Por eso lo que el Espíritu Santo quiere hacer en nuestro corazón es ayudarnos a cultivar nuestros dones y virtudes, mientras el diablo sigue tratando de hacernos caer en actitudes de rebeldía y pecado, utilizando todas sus artimañas para separarnos de Dios y de los demás. Somos, pues, nosotros los que debemos reconocer y rechazar las ocasiones de pecado y adoptar en su lugar las actitudes de Jesús, vale decir, el camino de la paz y el amor, la honestidad y el respeto, la bondad y la compasión (Efesios 4,22-24).

Llegar a ser lo que uno come. Si el gran San Pablo necesitaba hacer cambios en su vida, es lógico pensar que todos los fieles también lo necesitemos. A Pablo le hacía falta ser dócil al Espíritu Santo y a nosotros también nos hace falta. ¿Cómo fue que Pablo finalmente se dio cuenta de que había sido demasiado inflexible con Marcos? ¿Cómo pudo hacer todo ese trabajo misionero de predicar en tantas ciudades y fundar todas esas iglesias? ¿Cómo pudo ser capaz de enseñar y escribir todas estas cosas profundas acerca de Dios? Fue capaz porque aprendió a escuchar y obedecer la voz del Espíritu Santo.

¿Cuál era el secreto de Pablo? El secreto era que tenía un gran amor por la Eucaristía y la oración. Lo sabemos porque a los corintios les explicó que ir a recibir la Sagrada Eucaristía con una verdadera actitud de oración es sumamente importante. Incluso les dijo que la razón por la cual muchos de ellos estaban enfermos o débiles era por su falta de reverencia frente al cuerpo y la sangre de Cristo (1 Corintios 11,29-30).

Lo mismo sucede con nosotros. Si uno quiere tener una relación profunda y viva con el Señor, claro que la puede tener. Todo lo que se necesita es poner todo el empeño de tu corazón para dejar que aquello que consumes en la Santa Misa transforme tu persona y te haga semejante a Jesús; es decir, tienes que llegar a la mesa el Señor con hambre y Él hará del resto. Todos pasamos por combates y dificultades en la vida, pero la gracia que emana de la Sagrada Eucaristía nos da las fuerzas necesarias para triunfar.

Una nueva visión de Pentecostés para el pueblo. El Espíritu Santo nos pide a todos, pero especialmente a ustedes, los jóvenes, que vayamos a “hacer discípulos de todas las naciones” (v. Mateo 28,19). La llamada a evangelizar es la esencia misma del trabajo que realiza el Espíritu Santo. Dios quiere que todos sus hijos lleguen a vivir con Él en el cielo y por eso nos llama a propagar la buena noticia de que el cielo está abierto y disponible para todos los que crean, se conviertan de corazón y sean bautizados.

Con esta misma idea en mente, el Papa Benedicto XVI nos ha pedido a cada uno de nosotros que evangelicemos al menos a una persona este año; nos ha pedido que “invoquemos al Espíritu Santo” y le pidamos a Dios con confianza que derrame una vez más el don del Espíritu Santo como un nuevo Pentecostés en la Iglesia. Como ustedes saben, en Pentecostés hubo miles de personas que se convirtieron a Cristo y se llenaron del Espíritu Santo. En efecto, todo lo que San Pedro hizo fue hablar de Jesús y el Espíritu Santo se puso en acción (Hechos 2,40-41).

Oremos, pues, desde ahora por la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se realizará en Madrid en 2011, para que los jóvenes de todo el mundo experimenten un nuevo derramamiento del Espíritu Santo. Oremos para que del cielo descienda una unción poderosa que nos convenza de que debemos alimentar la semilla del Bautismo que llevamos en el corazón. Al mismo tiempo, oremos para que el Espíritu Santo venga con fuerza y encienda el fuego en el corazón de todos los que van a participar en la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Y finalmente, pidamos por nuestras propias comunidades parroquiales: que todos experimentemos un nuevo Pentecostés en nuestras familias y vecindarios. ¿Quién sabe lo que Dios tiene preparado para nosotros? A lo mejor también vamos a ver que miles de personas se entregan a Cristo.

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