La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Noviembre 2015 Edición

Un tesoro incomparable

Los rasgos distintivos de una amistad auténtica

Un tesoro incomparable: Los rasgos distintivos de una amistad auténtica

Los cristianos sabemos que el amor es la esencia misma del mensaje del Evangelio.

Fue el amor lo que movió a Dios Padre a enviar a su Hijo al mundo y fue por amor que Jesús aceptó la cruz para salvarnos. Igualmente, el Espíritu Santo se derramó sobre los creyentes el Domingo de Pentecostés para llenar a todos los creyentes en Cristo con el amor de Dios.

Pero la historia no termina con aquellos que experimentaron la gracia del Espíritu Santo. Cuando el Espíritu se derramó sobre los primeros discípulos, surgió en ellos, casi por instinto, el enorme deseo de congregarse entre sí y comprometerse unos con otros como hermanos en el Señor: “Diariamente se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba” (Hechos 2, 46-47).

Ahora bien, si estos primeros creyentes fueron capaces de considerarse hermanos con semejante generosidad y lealtad, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros? ¿Qué nos impide reunirnos en fraternal comunión en nuestras propias parroquias y crear un entorno propicio para compartir la vida en común y experimentar el amor de Dios en nuestras amistades?

Querido lector, al leer los relatos de las amistades sinceras que animaban a estos creyentes, le proponemos que le pida al Espíritu Santo que dirija sus pasos hacia personas con quienes usted pueda hacer amistad y compartir su fe. Dios realmente quiere que tengamos relaciones buenas y sanas como parte de la herencia que nos ha prometido en su Hijo.

Jonatán y David
Más que amigos, hermanos.

David, un joven que servía en la corte del rey Saúl, adquirió más prestigio y fama que sus compañeros porque, gracias a su valor y su fe en Dios, había derrotado personalmente a Goliat, el gigante filisteo. Desde entonces, y habiendo liderado numerosas victorias sobre los filisteos, David se granjeó las simpatías de los israelitas, demostrando que contaba con el favor de Dios, al punto de que por todo Israel resonaba el refrán: “¡Mil hombres mató Saúl y diez mil mató David!” (1 Samuel 18, 7). Como había llegado a ser un héroe extraordinario, todos pensaban que se casaría con una hija del rey y heredaría el Reino.

Todos, excepto Saúl, porque el rey quería que el heredero del trono fuese su hijo Jonatán. Por eso, quiso mantener a David a la distancia y en varias ocasiones intentó acabar con él.

En tal situación, sería lógico deducir que Jonatán pensaría lo mismo que su padre y trataría de desacreditar a David, pero lo que sucedió fue todo lo contrario: Jonatán y David trabaron una profunda y sincera amistad, que ni siquiera Saúl pudo destruir. Como lo dice la Escritura: “Jonatán se hizo muy amigo de David y llegó a quererlo como a sí mismo” (1 Samuel 18, 1).

Jonatán se dio cuenta de que Dios había bendecido a David y lo había elegido para ser el próximo rey de Israel. Por esto, sin la menor sombra de celos ni rencor, hizo todo lo posible por proteger a David del odio de su padre. Incluso le regaló a David su propia espada, su manto y su escudo, símbolos inequívocos de su condición de heredero del trono. Más tarde, cuando Jonatán murió en una batalla, David expresó lo muy valiosa y apreciada que su amistad había sido: “¡Angustiado estoy por ti, Jonatán, hermano mío! ¡Con cuánta dulzura me trataste! Para mí tu cariño superó al amor de las mujeres.” (2 Samuel 1, 26).

Para poner en práctica. La sociedad moderna anima especialmente a los hombres a ser reservados y mantener la distancia frente a los demás, pero cuando los hermanos en Cristo procuran sinceramente ayudarse mutuamente a satisfacer sus necesidades antes que las propias, como lo hizo Jonatán con David, se demuestra que efectivamente es posible construir una amistad verdadera. Cuando los amigos sinceros reconocen la obra de Dios en el otro y hacen lo necesario para cultivar esa amistad sincera, quienes los conocen se sienten inspirados a imitarlos y así crece el Reino de Dios.

Si usted quiere tener buenas amistades cristianas, participe en los grupos que seguramente hay en su parroquia, como Cursillos de Cristiandad, Cristo Renueva su Parroquia, Renew International, u otros apostolados similares. Además, en muchas parroquias hay diversos grupos de oración o de estudio de la Sagrada Escritura en los que también puede encontrar buenas amistades. Este tipo de ministerios tiende a reunir a los fieles que desean crecer espiritualmente, buscar la afinidad con otros creyentes y aprender más del Señor. Sepa que su Padre celestial quiere que usted ame a sus semejantes como Jesús lo ama a usted y quiere concederle la gracia de trabajar codo a codo con otros fieles en la edificación de su Reino.

Rut y Noemí
Lealtad a toda prueba.

En el Libro de Rut leemos el caso de una joven que dejó su casa, su familia y sus tradiciones para permanecer lealmente junto a su suegra, que había enviudado. Más tarde, al morir los hijos de Noemí, uno de los cuales era el marido de Rut, aquélla quiso regresar a Judá, su país de origen. Rut pudo haberse quedado en su tierra de Moab y buscar otro marido entre su propia gente, pero tanto quería a su suegra que decidió acompañarla y cuidarla en su vejez.

Cuando Noemí le insistió a Rut que le convenía quedarse en Moab, Rut le contestó con expresiones de cariño y amistad más fuertes que lo común: “¡No me pidas que te deje y que me separe de ti! Iré a donde tú vayas, y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras y allí quiero ser enterrada.” (Rut 1, 16-17).

Noemí sabía que no podía ofrecerle nada a su nuera, pero Rut no trataba de conseguir nada de Noemí; al contrario, la quería como persona y, consciente de que estaba necesitada, decidió ayudarle en lo que pudiera. Se fue, pues, a Belén con Noemí y se puso a trabajar en el campo para el sustento de ambas.

El trabajo de Rut era laborioso y agotador, y al volver a casa atendía a Noemí con todo esmero y generosidad. Esto llamó la atención de Booz, el dueño del campo, que era además pariente lejano de Noemí. Booz se enamoró de Rut y la tomó por esposa. La historia termina con un final feliz, en que Noemí toma en brazos al bebé de Rut y dice la Escritura: “Al verlo, las vecinas decían: ¡Le ha nacido un hijo a Noemí! Y le pusieron por nombre Obed. Más tarde, éste fue padre de Jesé y abuelo de David” (Rut 4, 17).

Para poner en práctica. Se ve claramente en el Libro de Rut que Dios nos bendice cuando tratamos con amor a nuestros propios familiares, especialmente a nuestros padres y suegros ya mayores. Ellos también son “amigos” nuestros de un modo muy singular. ¿Cuándo fue la última vez que tú, querido lector, les diste las gracias a tus padres por todo lo que ellos hicieron por ti, especialmente en tu niñez y juventud? Quizás podrías comprar un regalo especial para tu mamá o papá, o para una tía o un tío, o enviarle una carta o tarjeta para expresarle cariño y agradecimiento. Un acto de bondad como éste demuestra que no los has olvidado; que quieres demostrarles afecto y respeto y ser un instrumento del amor de Dios para ellos.

Recuerda que Jesús no gana nada con salvarte y bendecirte; lo hace simplemente porque te ama. Del mismo modo, por lo general nosotros tampoco “ganamos” nada cuando les expresamos cariño a nuestros mayores; pero sabemos que ellos merecen nuestro respeto, amor y atención. A veces basta con dedicarles el breve tiempo de una visita y conversar con ellos. Incluso si ya han fallecido, siempre podemos honrar su memoria rezando por ellos y guardando vivo su recuerdo.

Pablo y Timoteo
Edificando juntos el Reino.

Cuando Pablo visitó la ciudad de Listra se sintió impresionado por la fe del joven Timoteo, por lo cual lo invitó a acompañarle en su ministerio y en sus viajes misioneros. Así fue como, desde entonces, Timoteo acompañó a Pablo cuando éste predicaba el Evangelio en las ciudades de Corinto y Éfeso y edificaba la Iglesia.

Timoteo llegó a ser uno de los colaboradores de mayor confianza de Pablo. Al enviarlo a Filipos, lo recomendaba a los cristianos de allí de esta manera: “No tengo a ningún otro que comparta tanto mis propios sentimientos y que de veras se preocupe por el bien de ustedes; todos buscan su propio interés, y no el interés de Jesucristo. Pero ustedes ya saben del buen comportamiento de Timoteo y de cómo ha servido conmigo en el anuncio del evangelio, ayudándome como si fuera mi hijo” (Filipenses 2, 20-22).

Para poner en práctica. ¿Quieres experimentar la bendición de tener amistades cristianas, pero no sabes cómo encontrar personas que tengan afinidad contigo? Una manera práctica es ofrecerse de voluntario en una actividad de servicio en tu parroquia. Muchas parroquias tienen grupos de hombres, asociaciones femeninas, ministerios pro-vida, comedores sociales, apostolados carcelarios y otros servicios de caridad cristiana.

En todos estos grupos, que ponen en práctica la orden del Señor de servir a su pueblo, se puede conocer a otras personas que también desean servir a Cristo y al prójimo y así se fortalece toda la comunidad. Timoteo y Pablo se hicieron amigos íntimos cuando trabajaron juntos para propagar el Evangelio. Todo comenzó con una relación de maestro y discípulo, pero con el tiempo se formó una amistad verdadera y profunda marcada por el respeto sincero y el apoyo mutuo.

Luz en la oscuridad.

En el mundo de hoy, que privilegia la autosuficiencia y la no dependencia, el testimonio de los creyentes que se demuestran amistad, afecto y armonía suele ser mucho más elocuente que cualquier sermón. No hay nada más emocionante que las amistades que persisten por largo tiempo, que resisten los embates de los errores o faltas y más bien se consolidan con el paso de los años. Hay tantas cosas en el mundo que no son permanentes, pero las relaciones de cariño cimentadas en el amor de Cristo —ya sea entre amigos o vecinos, matrimonios o incluso sociedades de negocios— pueden ser bastiones de estabilidad, paz, alegría y seguridad. ¿No es esto lo que todos deseamos tener?

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