La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Octubre 2015 Edición

Tres torrentes de amor

Una semblanza de Santa Margarita María de Alacoque

Tres torrentes de amor: Una semblanza de Santa Margarita María de Alacoque

Cuando yo era adolescente, en un arrebato de rebeldía le había dicho a Dios que saliera de mi vida y me dejara tranquila. Más tarde, ya adulta y enredada en una madeja de pecados de la que no podía librarme, me di cuenta de que necesitaba la ayuda de Dios, pero no sabía cómo obtenerla y ni siquiera si eso era posible.

Yo me había acostumbrado a decidir todo en mi vida. Noche a noche, mientras corría milla tras milla, procuraba quitarme el sentimiento de culpa, pesar y desesperanza que me embargaba, tratando de buscar las razones lógicas de lo que hacía, pero sin conseguirlo. Incluso me imaginaba que Dios me libraría de todo esto de alguna forma milagrosa, pero en realidad nunca tuve la confianza de que realmente lo haría.

Una hermosa tarde de mayo, mientras iba trotando como de costumbre, pasé frente a un Monasterio de la Visitación y vi, con sorpresa, que el aparcadero estaba lleno de autos. Me detuve, abrí la puerta y vi que las religiosas y varias otras personas estaban haciendo una novena al Sagrado Corazón. Decidí entrar sin hacer ruido y ver cómo era aquello y también rezar un poco. Algo hubo allí que me llegó al corazón y me quedé hasta el final. Esta fue la primera vez que asistí a la novena de oración, nueve viernes consecutivos en mayo y junio. Durante tres años seguidos volví para rezar la novena. En lo exterior, yo rezaba las oraciones; en lo interior, estaba exponiendo sinceramente mi corazón ante los ojos de Dios sin reservas, y al hacerlo el Señor comenzó a suavizar y sanar mi corazón endurecido.

Asimismo, descubrí que él a su vez me estaba presentando su corazón y revelándome su tiernísimo amor, tan profundo que no sé cómo describirlo, y me lo presentaba a mí, que me sentía completamente encadenada por el pecado, sin saber cómo librarme de las ataduras.

Tres torrentes. En ese tiempo yo no lo sabía, pero unos seis siglos antes una joven monja francesa de la Visitación había escrito algo que expresaba casi con precisión lo que era mi experiencia con el Sagrado Corazón:

De este divino Corazón manan sin cesar tres torrentes: el primero es el de la misericordia para con los pecadores, sobre los cuales se vierte el espíritu de contrición y de penitencia. El segundo es el de la caridad, en provecho de todos los aquejados por cualquier necesidad y, principalmente, de los que aspiran a la perfección, para que encuentren la ayuda necesaria para superar sus dificultades. El tercer torrente es el del amor y la luz para sus amigos ya perfectos, a los que quiere unir consigo para comunicarles su sabiduría y sus preceptos, a fin de que ellos a su vez, cada cual a su manera, se entreguen totalmente a promover su gloria.

Sentí que mi corazón saltaba de alegría cuando leí estas palabras, unos 25 años después de mi primera novena. Las había escrito Santa Margarita María de Alacoque, una religiosa que vivió en el Monasterio de la Visitación en Paray-le-Monial, en Francia. A primera vista, tal vez esta monjita parecía una opción un tanto dudosa y poco atractiva para cumplir la gran misión de propagar la buena noticia del infinito amor de Dios, porque ella sufrió de modo increíble durante toda su vida, no realizó ningún milagro y no dejó escritos extensos.

No obstante, Margarita María fue el instrumento perfecto para el Señor. Sus sufrimientos le enseñaron a abrir el corazón a los tres torrentes del amor de Dios y canalizar esa corriente divina de amor hacia otras personas. Conforme ella iba abriendo su corazón, Dios la iba llenando de un amor tan irresistible que ella se sentía deseosa de aceptar el sufrimiento. El deseo ardiente que sentía era que mucha gente de todas partes se salvara y que todo el mundo correspondiera al amor de Jesús.

Testimonio contracultural. Margarita María de Alacoque nació en Francia en 1647, una época en que la sociedad francesa había caído víctima de una fuerte corriente de incredulidad, y se había debilitado la fe en Dios y la lealtad a la Iglesia Católica. Pero el Señor suscitó una persona para que diera un testimonio irrefutable y contracultural de su amor y su misericordia.

Margarita María era una niña muy despierta y activa y le encantaba jugar, pero también era muy consciente de la presencia y el amor de Dios y con frecuencia buscaba excusas para retirarse y hacer oración. Una vez, cuando todavía era muy pequeña, le había prometido a Dios un voto de castidad perpetua. Comentando sobre esto años más tarde, ella aclaró que cuando hizo tal voto en realidad no entendía el significado de las palabras “voto” ni “castidad”. Sólo sabía que, al pensar admirada en la omnipotencia y el gran amor de Dios, se sentía “continuamente urgida” a decirle esas palabras al Señor.

Su padre falleció cuando ella tenía ocho años de edad, y unos parientes no demoraron en hacerse presentes y apoderarse de la propiedad familiar. A Margarita María la enviaron a un internado a estudiar, donde contrajo una enfermedad que le impidió caminar durante cuatro años. No habiendo podido curarse a pesar de todos los remedios y tratamientos recibidos, se consagró a la Virgen María, prometiéndole que, si se sanaba, un día ella sería una de las “hijas” de María. Apenas hizo esta promesa, se produjo su curación.

Pero, a pesar de que le deleitaba el hecho de ya no tener que estar todo el tiempo en cama, la vida en el hogar empezó a ser verdaderamente miserable. Los parientes que se habían apoderado de su hogar ahora las estaban tiranizando a ella y a su madre y las trataban como sirvientas. Margarita María reaccionaba escudándose en la oración, y más tarde comentaba: “Me pasaba las noches y los días derramando lágrimas al pie del crucifijo.”

Muy comprensiblemente, su madre le rogaba que buscara un marido, porque de esa forma tendrían las dos un lugar para vivir y escapar de los malos tratos de sus parientes. De hecho, Margarita María era atractiva y pudo haber tenido varios pretendientes, a pesar de que no tener dote ni herencia que aportar. Pero en su interior había una intensa lucha, porque quería complacer a su madre y también quería cumplir los votos que había hecho muchos años antes.

De corazón a corazón. Mientras Margarita María sufría tremendamente por no saber qué hacer, llegó a entender, sin comprenderlo plenamente, que Dios quería ser el “Dueño absoluto” de su corazón, y así empezó a experimentar el amor de Dios como una especie de suave “fusta” que le urgía a pertenecerle sólo a él. De esto, ella decía: “Le pregunté al Señor que me mostrara lo que él quería que yo hiciera a fin de complacerlo.”

Y Dios le mostró su voluntad, inspirándola a dedicarse a cuidar a los pobres y los enfermos, a curarles las heridas y compartir con ellos los bienes que ella tuviera. Así como la negación de sí misma y el sufrimiento en su casa le enseñaron a ser obediente, el amor de Dios despertaba en ella un “deseo ardiente” de corresponder al amor divino. El Señor era fiel y suave con Margarita María, y frecuentemente la consolaba y la animaba cuando ella luchaba contra su propia voluntad. Así encontró la paz necesaria para seguir la voz del Señor, y el verdadero deseo de su corazón, que era ingresar al monasterio de Paray-le-Monial.

Pero lo que allí encontró no fue amor. Las demás hermanas la consideraban torpe, testaruda, con delirios de grandeza y demasiado distraída para hacer algo bueno y práctico. A su vez, a ella le parecía difícil hacer su oración de acuerdo con la norma establecida en la orden. Al mismo tiempo, dedicaba todos sus momentos de descanso a rezar ante el Santísimo Sacramento, en conversación íntima con el Señor, como siempre lo había practicado.

Allí, en el monasterio, en diciembre de 1673, tuvo una visión de que Jesús abría su corazón y le hablaba diciéndole: “Mi divino corazón está tan apasionado de amor por los hombres y por ti en particular que, no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad, le es preciso comunicarlas por tu medio y manifestarse a todos.” En los próximos dos años tuvo tres revelaciones similares y nuevamente el mensaje se refería al amor de Jesús: “He aquí este corazón que tanto ha amado.”

Estas extraordinarias revelaciones dejaron a Margarita María “como abrasada toda y embriagada” de amor divino, al punto de que casi no podía hablar ni dormir. Pero mientras más experimentaba la sobrecogedora plenitud de Dios, parecía que más burla y desprecio recibía de sus hermanas del convento.

Con mucha paciencia y siempre alentándola a obedecer a sus superiores, el Señor fue llevando a Margarita María a volver a la vida plena y promover la devoción a su amor. Ella lo hizo instando a las hermanas a meditar en el amor del Corazón de Jesús. Cada vez que flaqueaba su fortaleza o su sabiduría, el Señor le recordaba diciéndole: “Yo soy un director sabio y prudente que sabe dirigir bien a las almas cuando se abandonan a mí y se olvidan de sí mismas.”

El fuego del amor de Dios. Todo lo que el Señor Jesús le mostró a Margarita María acerca de su Corazón posiblemente nunca se habría conocido si no hubiera sido por un sacerdote sabio, el padre Claudio de la Colombière, que estuvo viviendo un año en el monasterio y durante ese tiempo fue su director espiritual. Él reconoció la obra de Dios en Margarita María y la animó a que escribiera todo lo que entendía que el Señor le decía.

El padre de la Columbiere falleció en 1684. Dos años más tarde se publicó un libro con sus sermones, en el cual mencionaba las revelaciones de Margarita María sin nombrarla específicamente. Cuando estos sermones sobre el Sagrado Corazón fueron leídos en el convento, las hermanas captaron el mensaje. La autoridad del sacerdote fallecido puso fin a la oposición de las religiosas y sin demora el monasterio se convirtió en un centro de devoción que se propagó rápidamente a otros monasterios de la Visitación y luego a todo el mundo.

Pero mientras la devoción al Sagrado Corazón se difundía, Margarita María permanecía relativamente desconocida. Sin haber tenido nunca una salud excelente, falleció en 1690 a la edad de 43 años y recién en 1920 fue elevada a los altares.

Por su vida humilde y oculta, Margarita María fue portadora de una invitación de Dios a todo el mundo que tanto necesitaba escucharla: una invitación a conocer el amor divino del Sagrado Corazón de Jesús de una manera nueva y dinámica. Esta invitación también nos llega a nosotros, porque en todos los siglos, el corazón humano tiene hambre y sed del amor de Dios. La devoción al Sagrado Corazón nos lleva a enfrentarnos cara a cara con la verdad de que Dios nos ama y se deleita prodigando su perdón y su misericordia sin reservas.

Siendo un Padre cariñoso, el Señor nos ayuda cuando tenemos dificultades y quiere prodigar su amor transformador y misericordioso a todos sus hijos. Todo lo que nos pide es que nos decidamos a exponer nuestro corazón ante su compasiva mirada, y cuando lo hacemos el fuego de su amor se enciende en nosotros. Así experimentamos el perdón y la misericordia, la liberación de las dificultades y un nuevo conocimiento de Dios. Así descubrimos, como yo lo hice hace muchos años, que nace de nuestro interior un ardiente deseo de amar y servir a nuestro dulcísimo Redentor.

Ana Bottenhorn reside en Jacksonville, Florida.

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