La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Enero/Febrero 2015 Edición

Teresa de Ávila:Una heroína “matadragones”

Una santa que nos enseña a superar cualquier obstáculo

Por: padre Fray Leopoldo G. Glueckert, O.Carm

Teresa de Ávila:Una heroína “matadragones”: Una santa que nos enseña a superar cualquier obstáculo by padre Fray Leopoldo G. Glueckert, O.Carm

Santa Teresa de Ávila fue una de las místicas más pragmáticas que ha tenido nuestra Iglesia. Sabía ascender a las alturas celestes en las alas del Espíritu Santo, pero sin dejar nunca de “tener los pies en la tierra”. Fue una religiosa que fue privilegiada con profundas revelaciones espirituales, pero describía la oración nada más que como un íntimo “diálogo entre amigos”.

De hecho, en lugar de proponer esquemas o fórmulas para la oración, lo que ella enseñaba como objetivo espiritual era llegar a tener una actitud particular frente a la vida. Descubrió que todo lo que hacía falta era buscar al Señor en forma deliberada y decidida; y él haría su parte de llevarnos más cerca de su corazón.

Una vez que Teresa logró llegar a este punto en su vida, todos los demás problemas fueron perdiendo el aspecto temible que antes tenían, y de esta forma fue capaz de adoptar la misma actitud que propuso San Pablo: “A todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece” (Filipenses 4, 13). Esta postura sencilla pero llena de confianza la hizo convertirse en lo que yo denomino una “matadragones espirituales”, porque ella pudo vencer algunos de los obstáculos espirituales más grandes y comunes que todos afrontamos. En efecto, el ejemplo y las enseñanzas de Santa Teresa nos ayudan a matar algunos de los dragones espirituales que amenazan nuestra propia vida espiritual. Veamos cómo.

El dragón de la melancolía. Para Teresa, la vida espiritual debía ser una continua experiencia de felicidad, modestia y libertad, y no una engorrosa serie de pasos para llegar a una cierta elevación espiritual. Decía: “Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía” Su lema era: “Dios nos libre de los santos tristes” y ella lo vivía con mucha gracia. Por ejemplo, en una reunión que tuvo con dos frailes que le fueron a ayudar, uno de ellos San Juan de la Cruz que era de estatura bastante baja, ella comentó que le había pedido a Dios que le consiguiera la ayuda de dos frailes buenos, pero el Señor le había enviado a “un fraile y medio.”

También se cuenta la célebre historia de una anécdota que le sucedió cuando iba montada en una mula y al cruzar un arroyo, la mula se puso terca y Teresa terminó en el arroyo, completamente mojada y cubierta de barro. En tal situación, exclamó: “Señor, no me extraña que tengas tan pocos amigos si así tratas a los que tienes.” Esta anécdota, que bien puede ser una leyenda, ilustra el sentido de perspectiva que tenía la santa. Nunca tomaba algo con demasiada seriedad y era capaz de encontrar la parte amable en cada situación que encaraba.

En el pensamiento de Teresa, no había tiempo para formalidades ni un exagerado sentido de presunción o importancia personal, y para evitar la rigidez de las formalidades, le gustaba animar las reuniones de sus hermanas con cantos y bailes. En cuanto a la presunción, insistía en que todos (comenzando por ella misma) participaran en los quehaceres manuales del convento y decía que era posible descubrir a Dios “entre las ollas y cacerolas de la cocina” con la misma facilidad con que podemos hacerlo de rodillas y en oración.

Uno de los principales aportes de Santa Teresa a la Iglesia fue un sentido de vivacidad. Nos enseñó a disfrutar de Dios y de la vida que él nos ha dado. A través de sus escritos y su ejemplo, podemos aprender a reír y divertirnos un poco mientras procuramos agradar al Señor y llegar a conocerlo mejor. Deja, pues, hermano o hermana, que Santa Teresa te enseñe a fregar los platos, cortar la grama, cambiar los pañales e ir a trabajar cada día con un corazón más contento y feliz. Deja que te demuestre que la vida monástica o la vida cotidiana en casa no tienen por qué ser una carga. En realidad, ¡puede ser una fuente de alegría y libertad!

El dragón de la sospecha. En la época de Santa Teresa, la norma aceptada en España era que las mujeres no debían ser maestras en asuntos religiosos. El hecho de que alguien que no fuera un “experto” reconocido se dedicara a enseñar temas de espiritualidad o práctica personal de la oración era causa de gran sospecha y mucho más si la que enseñaba era una mujer. Los clérigos y los eruditos mantenían un estricto monopolio en todo lo que se relacionara con la espiritualidad, y se sentían incómodos cuando veían que alguien ponía énfasis exagerado en una experiencia religiosa, aparte de las devociones bien establecidas y de los sacramentos, porque sospechaban que condujera a algún tipo de falso misticismo personal.

Santa Teresa llegó a la conclusión de que la única forma segura de que las religiosas compartieran su entendimiento de la vida espiritual o sus métodos de oración era simular que no estaban haciendo nada nuevo. Con frecuencia, en sus escritos más elevados, Teresa se protegía diciendo humildemente algo como: “No soy más que una pobre monja que no sabe nada de esto” e insistía en que no hacía más que relatar simplemente sus propias experiencias, no proclamar ningún principio general de oración o espiritualidad.

La primera autobiografía que escribió fue confiscada por la Inquisición y nunca se la devolvieron, porque se juzgó que contenía ciertas aseveraciones o enseñanzas imprudentes. Por esto, cuando su confesor le pidió que escribiera otra historia de su vida, ella lo hizo de una forma más impersonal diciendo cosas tales como: “Conozco a alguien que...” Así descubrió que la humildad y la modestia —incluso usadas con un toque de astucia— eran muy eficaces para calmar las dudas de los lectores. Pensaba que era mejor ocultarse tras las sombras y dejar que las verdades que enseñaba fueran las que salieran a primer plano, en lugar de hacerlo ella misma.

Igualmente, se dio cuenta de que no hay nada que disipe más las sospechas que la sencillez y la humildad. En efecto, si usted comienza a poner en duda sus propias experiencias espirituales, puede seguir el ejemplo de Teresa y pensar: “Estoy haciendo todo lo posible por entender” o bien “Tal vez no soy un teólogo experimentado, pero así es como he percibido que el Señor me comunica su paz y su guía.” Y si alguien le cuestiona o habla despectivamente de su fe, usted siempre puede buscar la forma de responder con humildad, pero indicar lo mucho que la oración le ha ayudado en su vida cotidiana. Recuerde las palabras de Jesús: “Por sus frutos los conocerán” (Mateo 7, 16). ¡Nadie puede desconocer el fruto de un corazón apacible y una vida cambiada!

El dragón del pesimismo. En la vida posterior de Teresa, y sobre todo después de su muerte, las superioras de la orden, aun siendo bien intencionadas, volvieron a practicar las pesadas normas anteriores arraigadas en una pesimista visión del mundo en general y del alma humana en particular. Muchas de estas prácticas tenían poca relación con el ideal carmelita de una vida de sencillez y felicidad en la presencia de Dios. Santa Teresa afirmaba que la simplicidad era la mejor garantía de que el Espíritu Santo estaba actuando en una comunidad. “Rezamos y también vivimos; vivimos y también rezamos,” decía.

A pesar de su vigorosa vida de oración, la Santa se cercioraba de que ella y sus seguidores dedicaran su vida al servicio de la Iglesia, afirmando que nadie debería juzgarse tan negativamente que no pudiera servir en la Iglesia. ¡No había lugar para una perspectiva tan deprimente! Tomaba muy en serio la enseñanza de Jesús de que no se pone una lámpara bajo una cesta, por tenue que parezca su luz; más bien, se pone en alto para que alumbre a los de la casa. Por eso animaba a sus frailes a predicar y escribir con buen ánimo, y apoyaba los planes de enviar misioneros a África y América. Ella confiaba en que si sus hijos espirituales vivían bien —dándose ellos mismos en servicio y amor— también rezarían bien.

En su época, Santa Teresa tuvo que encarar a aquellos superiores que pensaban que las comunidades religiosas femeninas no debían decidir sus propios asuntos, ni siquiera sus finanzas, ni escoger a sus confesores y capellanes ni elegir a quienes las dirigirían. Había un excesivo pesimismo y temor de males que hacía creer que las mujeres no eran capaces de administrar sus propios asuntos. Es por esto irónico que la reforma iniciada por Teresa comenzara con una comunidad experimental de mujeres, y más tarde se extendiera a comunidades masculinas. Más aún, la mayor parte de la discordia y los altercados de política que empañaban su trabajo provenía, no de las monjas, sino de los frailes. Es fácil imaginarse que Teresa suspiraba y ponía los ojos en blanco al escuchar los desatinos e insensateces que decían sus hijos espirituales.

A veces, este dragón del pesimismo empieza a trepar hasta meterse en el corazón de uno, especialmente cuando pensamos en nuestras familias: “¿Se entregarán mis hijos alguna vez al Señor?” “¿Encontraremos mi marido y yo alguna vez un modo de dejar de reñir?” o “¿Cómo voy a ser feliz si sufro esta grave enfermedad o tengo esta enorme dificultad financiera?” Estas son, naturalmente, interrogantes serios y no debemos limitarnos a descartarlos. Pero al mismo tiempo, es necesario recordar el consejo de Santa Teresa y seguir buscando al Señor. Él tiene un plan magnífico para cada uno de sus hijos. Él nos ve y nos ama, incluso en medio de los desastres de la vida.

Si puedes aferrarte a la esperanza cierta de que Cristo está en ti, encontrarás una salida para tus dificultades. Más aún, si procuras por todos los medios adoptar una actitud positiva, llena de esperanza, es muy probable que puedas ayudar a los demás de tu familia a confiar en el amor y el auxilio del Señor.

Una cálida opositora. A lo largo de sus años de reformadora y maestra espiritual, Santa Teresa de Ávila nunca se cohibió cuando tenía que defender valores importantes. Era una opositora formidable, cualquiera fuera el “dragón” que debía afrontar. La mayor parte de su éxito radicaba en el hecho de que nunca dejó de respetar a sus adversarios. Incluso en las discusiones más acaloradas, esta “matadragones” siempre procuraba reflejar en su rostro la cálida sonrisa de un Dios tierno y bondadoso. ¿Cómo no iba a hacerlo? ¡Había sido la sonrisa tierna y bondadosa de Dios la que la había conquistado al principio de todo!

Así, pues, ¡no temas salir al mundo y hacer frente a los dragones que haya en tu propia vida! Ármate de confianza en Cristo; toma el escudo de la humildad y la espada del buen humor, y cualesquiera sean los desafíos que tengas que afrontar, no pierdas de vista a Jesús, que te está sonriendo. Él está orgulloso de tu fe, aunque tú pienses que es débil. Más bien, deja que él te ayude a practicarla libremente, con paz y felicidad.

El padre Fray Leopold Glueckert, O.Carm es profesor de nivel secundario y universitario y ha escrito libros sobre la Orden Carmelita.

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