La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Cuaresma 2017 Edición

Sean amables el uno con el otro

En esta Cuaresma podemos avanzar

Sean amables el uno con el otro: En esta Cuaresma podemos avanzar

En 1947, una mujer holandesa llamada Corrie Ten Boom, sobreviviente del campo de concentración nazi en Ravensbrueck, Alemania, dio una charla en una iglesia en Munich sobre el perdón y la misericordia. Cuando terminó, un ex guardia del campamento donde ella había estado prisionera se le acercó, le tendió la mano y le pidió que lo perdonara. Él no la recordaba a ella particularmente, pero ella sí lo recordaba vivamente, junto con todas las inhumanas crueldades que él le había causado a ella y a sus compañeros de infortunio.

“Seguramente no fueron más que unos segundos que él estuvo allí con la mano tendida”, recordaba ella más tarde, “pero a mí me pareció que eran largas horas, mientras luchaba en mi interior con la cosa más difícil que jamás había tenido que hacer. Y así, mecánicamente, estiré yo la mano y estreché la que tenía ante mis ojos. Pero cuando lo hice, ¡sucedió algo increíble! Sentí como una corriente eléctrica que me nacía del hombro y me bajaba por el brazo hasta llegar a las dos manos juntas.”

Y añade: “Luego, este calor curativo empezó a inundarme por completo al punto de que no pude contener las lágrimas. “¡Te perdono, hermano—fueron las palabras que brotaron de mi boca como una exclamación— de todo corazón!” Por un largo rato tuvimos las manos estrechadas, él y yo, el ex guardia y la ex prisionera. Jamás había yo conocido el amor de Dios de una manera tan impresionante como en ese momento.”

No debemos condenarlo. El 2 de octubre de 2006, un hombre llamado Charles Carl Roberts IV entró en una escuela de los Amish (una comunidad etnorreligiosa que promueve el pacifismo, la humildad y la vida sencilla) en una zona rural de Pensilvania y les disparó a diez niñas escolares, matando a cinco de ellas e hiriendo a las otras cinco, antes de suicidarse él mismo.

El mismo día del horrendo crimen, el abuelo de una de las chicas que habían muerto les dijo a otros familiares: “No debemos condenar a este hombre.” Otro vecino de la comunidad fue a visitar a la familia del pistolero ese día para consolarles y ofrecerles perdón. Muchos más asistieron al funeral del asesino e incluso se ofrecieron a aportar dinero para ayudar a su viuda.

Uno de los Amish dijo más tarde: “No creo que haya nadie aquí que quiera hacer otra cosa que perdonar y ofrecer consolación y apoyo no solo a quienes están sufriendo tan terribles pérdidas… sino hacerlo también a la familia del hombre que cometió estos actos de barbarie.”

Un hermano a quien he perdonado. El 13 de mayo de 1981, mientras iba de pie en un coche abierto que avanzaba lentamente a través de la multitud en la Plaza de San Pedro, el Papa Juan Pablo II recibió cuatro impactos de bala disparadas por Mehmet Ali Agca. Fue alcanzado por cuatro balas, dos de las cuales se alojaron en su estómago, otra le alcanzó el brazo derecho y la última la mano izquierda. La situación era tan grave que recién seis horas después de la cirugía y casi tres litros de sangre, los médicos pudieron decir con plena confianza que el Santo Padre se iba a recuperar.

En la ambulancia de camino al hospital, el Papa les dijo a sus asistentes que ya había perdonado a quienquiera fuese su agresor. Cuatro días después, hizo público el perdón a través de un portavoz. Y dos años más tarde, tomó la audaz iniciativa de ir a reunirse con su asaltante en la celda de la prisión.

“Le hablé como a un hermano a quien he perdonado y que tiene mi completa confianza,” dijo Juan Pablo II, después de pasar veinte minutos hablando tranquilamente con el hombre. Incluso abogó ante las autoridades italianas para que indultaran al pistolero, el cual fue luego deportado a Turquía en el año 2000.

¿Puedo yo perdonar? Lo más probable es que nuestras historias personales tal vez no sean tan dramáticas como las aquí narradas, pero todos deberíamos pensar en cómo responder a la pregunta: “¿Estás tú dispuesto a perdonar a quién te ha herido o te ha causado un daño grave?”

Siendo así, convendría dar un vistazo a las amistades y relaciones que tenemos, y para eso vamos a aprovechar la gracia que a todos se nos ofrece en la Cuaresma, para tratar de llegar a ser “compasivos, como nuestro Padre celestial es compasivo” (v. Lucas 6, 36).

En su carta a los creyentes de Éfeso, San Pablo les dijo una vez: “Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo… Ustedes, como hijos amados de Dios, procuren imitarlo. Traten a todos con amor, de la misma manera que Cristo nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio de olor agradable a Dios” (Efesios 4, 32—5, 2).

Si uno lee rápidamente estos consejos, tal vez no parezcan más que palabras alentadoras, pero en realidad contienen una serie de verdades llenas de gracia divina que, si las meditamos cuidadosamente, nos ayudarán a ser más comprensivos e inclinados al perdón. Veamos qué es lo que nos dicen.

Primero: Dios nos ama. Cristo nos amó. (Efesios 5, 2). Podemos ver el inefable amor que Dios nos tiene en la majestuosidad y la belleza del mundo creado que nos rodea por todas partes. El hecho de que Dios se haya preocupado tanto hasta de los detalles más mínimos al preparar el “hogar” que tendríamos en la tierra nos habla elocuentemente de lo mucho que nos ama. Lo mismo ocurre cuando pensamos en la forma en que funciona el cuerpo humano. Son tantísimas las cosas que suceden en el nivel microscópico de nuestro organismo y todas ellas se suceden rítmica y armoniosamente, con una unidad y precisión asombrosas, ¡y todo ello sin que nosotros tengamos que hacer nada!

Pero, pese a lo inconcebibles que son estos signos del amor de Dios, San Pablo habla de un amor más tierno aún, un amor personal. Nos habla del amor que el Padre tiene para sus hijos, un amor que vivifica y sana, que redime y reconcilia.

Querido hermano, nuestro Padre celestial te ama mucho. De hecho, nos ama a todos con la misma intensidad, incluso a aquellos que te han hecho mal a ti. Por eso Pablo nos invita a “vivir en el amor.” Esa es la manera cómo vamos a encontrar la fortaleza para perdonar y no sentirnos atados por el resentimiento o la negativa a perdonar. Por lo tanto, haz lo posible en esta Cuaresma para abrir tu corazón para que Dios te llene de su amor tierno y personal.

Segundo: Jesús murió por nosotros. Jesús “se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio de olor agradable a Dios” (Efesios 5, 2). Anteriormente en su carta, San Pablo escribió que antes de la venida de Jesús, todos estábamos “muertos a causa de las maldades y pecados” en que vivíamos (Efesios 2, 1), es decir, todos vivíamos como enemigos de Dios y teníamos una extrema necesidad de salvación.

Y la salvación es precisamente lo que Dios nos concedió enviando a su Hijo Jesús a dar su vida para que nosotros pudiéramos vivir. En la cruz, Cristo murió por nuestros pecados: “lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que… ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado” (Romanos 6, 6). Tal vez no sea fácil comprenderlo, pero la cruz de Jesús abrió las puertas del cielo y nos dio la posibilidad de conocer el amor de Dios en forma profunda y personal. Por eso, su sacrificio es el que nos ayuda a ser más amables, pacientes y compasivos.

Cuando te encuentres en una situación difícil o te veas ante una injusticia, procura fijar la mirada en la cruz y ver a Cristo, que sufrió la mayor injusticia de todas, y pese a eso pudo decir: “Padre, perdónalos” (Lucas 23, 34). Contémplalo y ve que también lo dice por ti: “¡Padre, perdónalo, perdónala!” Siempre nos resulta un poco menos difícil perdonar a otros cuando sabemos que nosotros ya hemos sido perdonados.

Tercero: un “aroma fragante” La muerte de Jesús fue una “ofrenda y sacrificio de olor agradable a Dios” (Efesios 5, 2). Todos sabemos lo grato que nos parece cuando alguien se sacrifica para demostrarnos bondad o generosidad. Algo así también fue como Dios vio el sacrificio de Jesús, como un “fragancia exquisita” que fue para él causa de una gran alegría.

Ahora bien, de acuerdo con San Pablo, todos podemos ser como el agradable aroma “del incienso que Cristo ofrece a Dios” (2 Corintios 2, 15). Esto se hace realidad cada vez que obedecemos los mandamientos del Señor, y especialmente cuando decidimos dejar de lado nuestros propios deseos y pasiones o privarnos de algo por amor a Dios y al prójimo. En ninguna otra cosa se hace este fragante aroma más grato al Padre que cuando tomamos la decisión de perdonar.

Por eso, cuando tu conciencia te pida perdonar a alguien, deja que el amor de Dios y el sacrificio de Cristo enternezcan tu corazón y veas que de tu ser compasivo brota el aroma fragante que se eleva y llega al corazón de Dios.

Una nueva mentalidad. Haz un alto por un momento ahora y lee lentamente la parábola que contó Jesús acerca del siervo que se negó a perdonar (Mateo 18, 23-35). Deja que el mensaje penetre en lo profundo de tu corazón. El servidor de esta historia no logró captar el mensaje que Pablo les proponía a los efesios. Por supuesto, se alegró muchísimo cuando el rey le perdonó su enorme deuda. Pero la generosidad del rey no fue suficiente como para que él también demostrara misericordia. Por eso, vivía con el corazón dividido, porque no estaba dispuesto a tratar a los demás con la misma bondad con que lo habían tratado a él.

A nosotros se nos presenta un dilema similar cuando alguien nos hiere o nos daña gravemente, así como sucedió con Corrie Ten Boom, la comunidad Amish y San Juan Pablo II. ¿Estoy dispuesto a reaccionar con amabilidad, compasión y perdón? ¿Voy a dejar que esta forma de reaccionar se convierta en una forma de vida para mí? Este es el tipo de razonamiento que San Pablo quería que los cristianos de Éfeso adoptaran, y es la misma actitud que Dios quiere que nosotros tengamos.

Ora para cambiar de actitud. La Cuaresma es un tiempo propicio para detenerse un poco y meditar. Es una época buena para buscar al Señor y experimentar su amor y su misericordia. También es un momento para reflexionar sobre cómo es nuestra vida y realizar los cambios que sean necesarios. Para ayudarte, queremos sugerir tres preguntas para reflexionar:

• ¿Cómo puedo yo ser más compasivo y misericordioso a partir de hoy?
• ¿Hay alguien en mi vida que yo necesite perdonar en esta Cuaresma?
• ¿Hay alguien a quien yo tenga que pedirle perdón aunque haya pasado tiempo?

Pidamos en oración la gracia de descubrir nuevas actitudes respecto a nuestras amistades y relaciones personales en esta temporada. Pidámosle a Jesús que derribe las barreras que hemos levantado y que nos separan de otras personas, para que estemos mejor dispuestos a perdonar, como él nos perdona. Quiera el Señor que cada una de nuestras relaciones, las buenas, las malas y las inciertas, sean bendecidas por la misericordia de Dios en esta Cuaresma.

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