La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Abril/Mayo 2011 Edición

San Pedro José Betancur

Primer santo canario, primer santo guatemalteco, primer santo centroamericano

San Pedro José Betancur: Primer santo canario, primer santo guatemalteco, primer santo centroamericano

El Hermano Pedro, como se le conoce popularmente, tiene en la historia de Guatemala un lugar especial. Su corto paso por ese país , de solo 16 años, marcó una época y trazó un destino de amor y servicio cristiano que aún hoy, a más de 300 años de su muerte, hacen su extraordinaria figura inolvidable y muy querida.

En la Misa de su canonización, celebrada en Guatemala, el Papa Juan Pablo II dijo: “El Hermano Pedro fue hombre de profunda oración, ya en su tierra natal, Tenerife, y después en todas las etapas de su vida, hasta llegar aquí, donde, especialmente en la ermita del Calvario, buscaba asiduamente la voluntad de Dios en cada momento.”

Y añadió el Santo Padre: “Pedro de Betancur se distinguió precisamente por practicar la misericordia con espíritu humilde y vida austera. Sentía en su corazón de servidor la amonestación del Apóstol Pablo: ‘Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres’ (Colosenses 3,23). Por eso fue verdaderamente hermano de todos los que vivían en el infortunio y se entregó con ternura e inmenso amor a su salvación. Así se puso de manifiesto en los acontecimientos de su vida, como en su dedicación a los enfermos en el pequeño hospital de Nuestra Señora de Belén, cuna de la Orden Belemita.”

Breve reseña biográfica. Pedro de Betancur nació el 19 de marzo de 1626 en Vilaflor, aldea de Tenerife (Islas Canarias), España. Su niñez y juventud las pasó en su tierra natal, donde recibió de sus padres ejemplo de gran piedad y de amor al recogimiento y la penitencia. Desde pequeño, Pedro se interesó por las cosas de Dios y le tenía gran devoción a la Santísima Virgen.

Sus padres le enseñaron la práctica de las virtudes como camino de la santidad y se destacó en el ejercicio de la piedad, para lo cual aprovechaba la tranquilidad del pastoreo. Así fue que se le despertó el deseo de imitar a Cristo entregando su vida en favor del prójimo. El anhelo de llevar la Palabra de Dios, el consuelo del Evangelio y el mensaje del Resucitado lo llevó a partir hacia los países de América, donde realizaría sus sueños de entregar la vida por la salud y la salvación de sus hermanos.

Habiendo llegado a Guatemala, en febrero de 1651, se dirigió a la ciudad de Antigua Guatemala, y cuando se inclinaba para besar el suelo que tanto había anhelado, se produjo un fuerte temblor de tierra. Pedro, movido por una gran humildad, exclamó: “¡Ay Señor, Señor! Creo que por entrar un pecador tan grande como yo en esta ciudad le envías este castigo.”

Los primeros meses de su vida en Guatemala fueron de gran sufrimiento y desamparo, ya que por su largo viaje y acentuada debilidad, cayó víctima de las enfermedades contraídas y tuvo que pasar en el hospital mucho tiempo. Cuando salió convaleciente, se encontró en una completa pobreza y sin medios de ningún tipo. Finalmente, encontró trabajo en una fábrica de telares, donde permaneció hasta 1653. Así transcurrieron los dos primeros años de su vida en Guatemala.

Vocación de amor a los pobres. Pero estas circunstancias no disminuyeron su celo apostólico ni su dedicación al servicio a los desvalidos y necesitados. En los doce años siguientes, Pedro se dedicó a atender a los más pobres, los indígenas, los marginados, los peregrinos y los presos, realizando así una obra religiosa, social y educativa que hasta ahora nadie ha superado en Guatemala. Empujado por su amor a la Sagrada Eucaristía, quiso hacerse sacerdote, pero no pudiendo lograr ese anhelo, ingresó a la Tercera Orden Franciscana en enero de 1655. Sin embargo, se le reconocía como “doctor en humildad” y “sabio de la misericordia.”

Pensando siempre en los infortunios de los marginados y los más pobres y fiel a su consigna de amor a Dios en sus hermanos dolientes, inició la fundación de un hospital de reposo en el que pudiera atender a los convalecientes que salían de los hospitales sin tener a dónde dirigirse, labor para la cual se encomendó a Nuestra Señora. Compró una humilde casita y en ella colocó la imagen de la Santísima Virgen de Belén, nombrándola Fundadora del pequeño hospital y Madre de la Orden Belemita. Esta “Casita de la Virgen” fue el comienzo del primer hospital para convalecientes que hubo en América y de una obra de servicio que se ofreció al público sin discriminación de ninguna clase.

Anhelo educativo. Consciente de que su niñez había transcurrido en una casi completa ignorancia, y recordando las penas sufridas en su vida de estudiante, y por su deseo insaciable de hacer el bien, decidió fundar una escuela de primeras letras para niños de ambos sexos. Sabía perfectamente cuán beneficiosa sería la enseñanza y comprendía que era indispensable formar a los niños desde temprana edad, a fin de prepararlos para la lucha por la vida y por el progreso humano. Su sencillez y su afabilidad resultaron ser el secreto del éxito en su labor: la clave para captar las mentes de los pequeños era lograr la aceptación de los niños y entrar en una íntima comunicación con ellos. Para conseguirlo, tuvo la intuición de poner en práctica un procedimiento muy innovador: el uso del canto en la educación. Hacía que sus alumnos y alumnas aprendieran las lecciones cantando y bailando, para lo cual les componía cánticos sencillos y fáciles de aprender.

Así fue como este “inculto” hermano franciscano se convirtió en el fundador de la primera escuela gratuita de alfabetización en América Central y del primer hospital de convalecientes en las colonias de España en América. Su vida, pues, fue edificante para toda la ciudad.

El Hermano Pedro. Durante los 16 años que vivió en Guatemala, sembró la semilla de muchas obras que aún hoy perduran inspiradas en su carisma: colegios, escuelas, hogares para niños abandonados, misiones, trabajo parroquial y residencias para ancianos.

Tuvo la inspiración de contemplar la profundidad del dolor humano y se dedicó a mitigarlo, haciendo de su propia vida la felicidad de los demás. Su humildad, su dulzura y su bondad hicieron de él un eficaz instrumento de Dios para la evangelización. Su unión con Cristo era constante y profunda, y lo contemplaba en el rostro doliente de cada hermano: los pobres, los marginados, los sin techo. Su identificación con la pasión de Cristo fue para él fuente de oración, entrega total, redención y caridad. Por las noches solía recorrer las calles de la ciudad anunciando con una campanilla un sencillo pero profundo pregón de caritativa advertencia: “Acordaos, hermanos, que un alma tenemos y si la perdemos, no la recobraremos”.

En abril de 1667, el Hermano Pedro cayó enfermo con una fiebre muy alta, por lo que debió guardar cama. Pocos días después, dictó su testamento y el día 25, teniendo apenas 41 años de edad, entregó su alma al Creador diciendo: “Esta es mi gloria”. Partió con la ilusión de un futuro más humano para los pobres indígenas, de una mejor casa para los convalecientes y de una escuela alegre y acogedora para los niños que recorrían las calles.

Fundador y Santo. El Hermano Pedro fue un hombre de profunda oración, tanto en su tierra natal, Tenerife, como en todas las etapas de su vida hasta llegar a Guatemala, donde buscó asiduamente la voluntad de Dios en cada momento. Supo leer el Evangelio con los ojos de los humildes y vivió intensamente los misterios de Belén y de la Cruz, los cuales orientaron todo su pensamiento y su acción de caridad.

La santidad de vida de Pedro fue la inspiración de un grupo de franciscanos terciarios, que lo tomaron como modelo para dedicarse al servicio de los convalecientes y lo hicieron adoptando el sencillo estilo de vida que él les proponía: alternar la oración y la penitencia con el cuidado de los enfermos. Así fue que el Hermano Pedro se constituyó, por obra del amor y el ejemplo, en el fundador de una nueva familia religiosa: la Orden Hospitalaria de Belén, reconocida y aprobada por la Iglesia después de la muerte de su fundador.

Los Hermanos de Belén dicen, al respecto: “Nuestros antepasados nos indicaron nuestro cometido en estas sencillas palabras: “Acordaos hermanos, que Belén es la Casa del Pan, donde el pan material y el Pan espiritual, que es Cristo, debe ser dividido y repartido entre los pobres.”

Canonización. Fray Pedro José de Betancur fue beatificado en 1980 y canonizado por el Papa Juan Pablo II el 30 de julio de 2002 en la Ciudad de Guatemala. En su homilía, el Santo Padre expresó: “El nuevo Santo es también hoy un apremiante llamado a practicar la misericordia en la sociedad actual, sobre todo cuando son tantos los que esperan una mano tendida que los socorra. Pensemos en los niños y jóvenes sin hogar o sin educación; en las mujeres abandonadas con muchas necesidades que remediar; en la multitud de marginados en las ciudades; en las víctimas de organizaciones del crimen organizado, de la prostitución o la droga; en los enfermos desatendidos o en los ancianos que viven en soledad.”

Después de más de tres siglos, el mensaje del Hermano Pedro no pierde actualidad; todo lo contrario, es un estímulo para el laicado, tan vigoroso y promisorio para hoy en la Iglesia, y un ejemplo para todos, porque nos anima a vivir el mensaje de las Bienaventuranzas y la práctica de las obras de misericordia en la vida cotidiana; porque nos compromete a amar e imitar al Cristo humilde y paciente, que se nos manifiesta, como decía la Madre Teresa de Calcuta, “bajo el inquietante disfraz de la miseria y el sufrimiento.” Todos podemos sentirnos llamados a imitar al Santo Hermano Pedro y buscar la voluntad de Dios en la sencillez de la vida recta y del amor al prójimo.

Como lo dijo el Santo Padre: “La devoción a la Santísima Virgen acompañó siempre la vida de piedad y misericordia del Hermano Pedro. Que Ella nos guíe también a nosotros para que, iluminados por los ejemplos del ‘hombre que fue caridad’, como se conoce a Pedro de Betancurt, podamos llegar hasta su Hijo Jesús. Amén.”

Nota de la redacción: En cuanto al apellido del Santo, en algunos lugares aparece como Betancur, en otros como Betancourt; aquí hemos preferido la primera opción. Asimismo, la Orden fundada por él aparece en algunos lugares como Bethlemita y en otros como Belemita; aquí hemos preferido la segunda opción.

Comentarios