La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Abril/Mayo 2008 Edición

¡Regocíjense, cielos y tierra!

Un milagro milenario que sigue conmoviendo el corazón humano

¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación!

En la Vigilia del Domingo de Pascua escuchamos varias hermosas exhortaciones antiguas, como ésta, que se entonan o se proclaman en todo el mundo invitándonos a unirnos a los ángeles y santos del cielo en sus himnos de alabanza y exaltación por la resurrección del Señor. ¡La vida ha vencido a la muerte! Jesucristo ha resucitado y todo el cielo rompe en vítores de alegría y adoración.

Mientras escuchamos estos maravillosos pasajes litúrgicos y entonamos los jubilosos himnos de la Pascua de Resurrección, que siendo tan antiguos nos llenan de alegría y esperanza, pidámosle al Señor que nos ilumine la mente y el corazón para comprender más profundamente la maravilla de su resurrección y así lleguemos a un mejor entendimiento de la gloriosa victoria que Él ha ganado para nosotros.

Les abrió la mente. Pedirle al Señor que abra nuestro entendimiento no es nada raro; después de todo, es precisamente lo que Jesús hizo con sus seguidores aquel primer Domingo de Pascua cuando, según nos cuenta el evangelista San Lucas, se apareció a los apóstoles en el aposento alto, donde habían comido la Última Cena, e "hizo que entendieran las Escrituras" (Lucas 24,45). Nos cuenta también que cuando Jesús se apareció a los discípulos en el camino de Emaús, "se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él" (24,27). Por eso, hoy y durante el tiempo de Pascua, podemos pedirle al Señor que haga reales y efectivas para nosotros las verdades de nuestra fe y nos comunique la capacidad de entenderlas mejor.

¿Qué fue lo que Jesús les dijo a sus apóstoles y cómo les abrió la mente? Les hizo recordar todo lo que les había enseñado durante los tres años que estuvo con ellos, pero además hizo otra cosa; les dijo: "Lo que me ha pasado es aquello que les anuncié cuando estaba todavía con ustedes: que había de cumplirse todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos" (Lucas 24,44). Les manifestó claramente que su enseñanza y sus milagros eran el cumplimiento de todo lo que ellos habían aprendido en las Escrituras hebreas. Jesús era efectivamente el Mesías y su resurrección demostró de una vez por todas que Dios cumplía fielmente todas sus promesas.

La historia de Israel. No se sabe exactamente qué pasajes de la Escritura usó el Señor cuando les abrió la mente a los apóstoles, pero podemos deducir algo según las cosas que les dijo. Por ejemplo, podemos suponer que les habló del relato de la creación. Lo que leemos en los capítulos 1 y 2 del Génesis, con sus hermosas descripciones del Jardín del Edén, una pareja humana unida en perfecta armonía y un mundo de paz y tranquilidad, describen un panorama de cómo quiso Dios que viviéramos los humanos: en armonía entre todos y con una comunión de amor con nuestro Creador.

Este cuadro del Edén también fue una manera perfecta para presentar la realidad del pecado y la caída del ser humano. La primera pareja, inocentes pero inmaduros en su relación con Dios, fueron tentados, cayeron y así le dieron la espalda a su Creador. El resultado fue que el poder del pecado se desató sobre el mundo, oscureció el corazón del hombre y la mujer y trastornó la convivencia humana. Desde las acusaciones de Adán y Eva hasta el asesinato de Abel por mano de su hermano Caín y hasta la Torre de Babel, el Libro del Génesis nos cuenta una y otra vez cómo el género humano fue cayendo cada vez más profundamente en el abismo inmundo del pecado.

Pero Jesús no se apareció a sus apóstoles para hacerles ver lo lamentable que era la situación en que estaban, sino para demostrarles que Dios jamás abandona a su pueblo, ni en sus necesidades más profundas ni en sus pecados más tenebrosos. Comenzando con el pacto que hizo con Abraham hasta el majestuoso poder con que el pueblo hebreo salió de la esclavitud de Egipto dirigidos por Moisés, Jesús les hizo ver que todo lo que ellos habían aprendido en las Escrituras hebreas iba apuntando hacia Él y hacia su cruz y su resurrección, y les demostró que Abraham, Moisés, David, Josué y tantos otros no fueron más que precursores de la salvación que Él les ofrecería.

Cómo se cumple el plan de Dios. San Lucas nos cuenta que Jesús, prosiguiendo con la historia de Israel, explicó a sus apóstoles que los profetas, como Elías y Eliseo, continuamente llamaban al pueblo a volver a la fe en Yahvé. Les dijo que Jeremías y Ezequiel habían prometido que llegaría un tiempo en que Dios haría una nueva alianza con su pueblo y que depositaría su propio Espíritu en el corazón de sus hijos. Les habló de un siervo de Dios que había sido flagelado inhumanamente hasta quedar desfigurado y que había sido traspasado por la rebeldía de ellos y atormentado a causa de sus maldades (Isaías 53,5). Este siervo finalmente "tendría éxito y sería levantado y puesto muy alto" porque entregó su vida por amor a su pueblo (52,13).

Presentando los pasajes del Antiguo Testamento, como un mosaico mesiánico, Jesús fue explicando las profecías y anuncios que Él había venido a cumplir. Finalmente, les hizo recordar el tiempo que había pasado con ellos, demostrándoles que sus enseñanzas acerca de la misericordia de Dios y de la llamada a amarse los unos a los otros se encuadraban en el plan de su Padre, que quería perdonar a la humanidad pecadora y reconciliarla consigo. Les demostró que todos los milagros de curaciones y liberación ponían en evidencia el poder con que Dios podía resucitarlos, y el deseo de Dios de renovar a su pueblo en forma completa, en cuerpo, alma y espíritu.

Este es el Evangelio que Jesús anunció a sus apóstoles y es el Evangelio que quiere anunciar a sus fieles de hoy también. El Señor quiere abrir nuestros ojos para que contemplemos el plan de Dios, un plan que el Padre formó desde el comienzo de la creación, y que ha venido cumpliendo fielmente desde el principio. En ese plan ha dispuesto un lugar determinado para cada uno de nosotros. Nos muestra, además, que los propósitos de Dios no terminaron con la resurrección de Jesús, sino que incluyen nuestra propia resurrección, de una manera parcial ahora mismo, gracias al Espíritu Santo, y luego en forma completa al final de los tiempos. El Señor quiere que sepamos que si aceptamos de corazón lo que Él quiere hacer en sus hijos y ponemos toda nuestra confianza en su amor y su protección, veremos que el plan de Dios se va cumpliendo en nuestra propia vida.

"El poder de su Resurrección". San Pablo les dijo a los filipenses, "Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte, espero llegar a la resurrección de los muertos" (Filipenses 3,10). Tal vez esto suene como las palabras de un adulto recién bautizado, que sabe que aún le queda un largo camino que recorrer, pero en realidad San Pablo ya había avanzado mucho en su vida de fe cuando escribió estas palabras. Ya había fundado muchas iglesias, había abierto los ojos de los ciegos, expulsado demonios y predicado el Evangelio por todo el Medio Oriente. Con todo, después de haber hecho todo esto, decía con toda humildad que lo que más deseaba era conocer a Cristo.

Pablo sabía que aún le quedaba por experimentar una revelación más grande y profunda del Señor y se esforzaba por alcanzarla. En cuanto a sí mismo, consideraba que estaba recién empezando a comprender la longitud y la profundidad y la anchura del amor y el poder de Dios, y quería conocerlo más y mejor. Día y noche meditaba en la resurrección y esa reflexión era para él fuente de consolación, fortaleza y aliento. La promesa de la resurrección significaba todo para él y por eso dedicó toda su vida a conocerla, experimentarla y compartirla con cuantos quisieran escucharle.

Pero, en esencia, la buena nueva de la resurrección no se refiere a una buena comprensión teológica o interpretación bíblica, sino a la persona misma de Jesús de Nazaret. Se refiere a un mundo que permanece estrangulado por el pecado y a un Dios bondadoso y compasivo que vino a salvarnos. Cuando Pablo decía que quería conocer el poder de la resurrección de Jesús, estaba en realidad confesando que quería conocer mejor a Cristo, imitarlo mejor, incluso en los sufrimientos, y llegar así finalmente a verlo cara a cara.

Jesús también quiere abrir los ojos de sus fieles de hoy, tal como lo hizo con sus apóstoles, los discípulos de Emaús y con el propio San Pablo, y quiere decirnos que su Padre celestial siempre ha tenido un plan de amor y misericordia y que ese plan está en plena vigencia. Es un plan que culminará cuando Jesús regrese en gloria y hasta entonces, el Señor nos pide confiar en el poder de su resurrección, mientras hacemos lo posible por amarlo de todo corazón y obedecer sus enseñanzas.

¡Envíanos, Señor! Cuando Jesús ilumina nuestra mente y nos inspira a confiar plenamente en su resurrección, nos sentimos deseosos de compartir nuestra fe con otras personas. ¿Qué fue lo que hizo María Magdalena cuando vio al Señor resucitado? Corrió a contarles a los apóstoles. ¿Qué hicieron los discípulos de Emaús? Regresaron a Jerusalén anunciando que habían visto a Jesús. Esto es lo que sucede una y otra vez en todo el Nuevo Testamento y siglo tras siglo hasta nuestros días.

La primera respuesta de quienes experimentan el poder de la resurrección es proclamar que Jesús es el Señor, tanto de todo el universo como de sus propios corazones, y la segunda respuesta es salir a comunicar la buena noticia a muchos otros. Así es, en realidad, como uno puede saber que ha sido inspirado por las verdades de la Pascua: Amamos a Jesús cada vez más y lo compartimos con quienes tengamos a nuestro lado.

Así pues, recuerde los himnos que nos dicen que Jesús ha resucitado, deje que las palabras le lleguen a lo más profundo del corazón, para que así sepa sin duda alguna que Jesús le ha comunicado una vida nueva por medio del Bautismo; y no se preocupe si le nace un deseo irresistible de compartir su fe en Cristo con otras personas diciéndoles que Jesús ha resucitado y que a Él se le ha dado todo poder y autoridad en el cielo y en la tierra.

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