La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Julio-Agosto 2016 Edición

Por qué este derroche

El Señor desea cuestionar nuestros razonamientos

Por qué este derroche: El Señor desea cuestionar nuestros razonamientos

Los seres humanos tenemos un instinto natural para ver y entender lo que sucede en el mundo y lo que nos afecta de una u otra manera, para analizar la situación, sacar deducciones lógicas y decidir lo que queremos hacer al respecto. Es lo que llamamos razonamiento.

Los evangelios nos muestran una y otra vez que la gente razonaba de modos muy diferentes ante lo que el Señor decía o hacía. Todos veían los mismos milagros y escuchaban los mismos mensajes, pero unos concluyeron que Jesús era el Mesías y decidieron seguirle; otros concluyeron que no tenía nada de extraordinario y no le hicieron caso; otros más, consideraron que era un peligro y por eso lo odiaron y lo rechazaron. Es claro que los razonamientos contrapuestos produjeron resultados contrapuestos.

Por ejemplo, cuando Jesús curó milagrosamente al ciego de nacimiento (Juan 9, 1-41), todos quedaron asombrados, pero algunos jefes religiosos lo consideraron una farsa. Otra vez, cuando Jesús alimentó a cinco mil personas y dijo que él era el Pan de Vida, muchos se alejaron, pero Pedro y los demás discípulos se quedaron con él, porque se convencieron de que él tenía “palabras de vida eterna,” por misteriosas o confusas que ellas fueran (6, 60-69). Se aprecia claramente, que el Señor ponía en tela de juicio los razonamientos de todas las personas, y quiere hacer lo mismo con nosotros. ¿Por qué? Porque desea aclarar nuestra forma de pensar y actuar, a fin de que adoptemos sus propios valores y actitudes para que nuestras obras se asemejen más a su forma de actuar.

Así pues, en esta edición reflexionaremos sobre un episodio del Evangelio para que el Señor ponga a prueba nuestros propios razonamientos: el relato de la mujer que derramó perfume de nardo sobre Jesús (Mateo 26, 1-13; Marcos 14, 1-9; Juan 12, 1-8). Lo haremos analizando algo que parece ser “un buen razonamiento” pero que no siempre resulta ser la mejor reacción. A veces, el Señor quiere elevar nuestro entendimiento por encima de lo que consideramos correcto para que abramos los ojos interiores y veamos un bien aún mayor.

La reflexión sobre este relato nos permitirá descubrir aquello que conmovió tanto a Jesús y ver que aquello que hizo la mujer puede condicionar nuestros propios razonamientos.

Adoración a Jesús. San Juan Evangelista dice que la mujer era María de Betania, hermana de Lázaro y Marta, pero los pasajes de San Mateo y San Marcos no la nombran, lo que nos deja un poco perplejos en cuanto a su verdadera identidad. Pero no hay confusión alguna en cuanto a lo que hizo: derramó sobre el Señor un costoso y aromático bálsamo de nardo. Imaginemos por un momento la situación: ella se arrodilla junto a Jesús y le unge los pies con el óleo perfumado, mientras contempla al Señor con una expresión de arrepentimiento, humildad y devoción.

Ella sabía perfectamente lo costoso que era el perfume, y estaba consciente de que bien podía habérselo guardado para sí o haberlo vendido por una buena cantidad de dinero. Pero esto no le preocupaba, porque el costo del perfume era incomparable con el inestimable valor que Jesús tenía para ella. Más que un sacrificio, era una ofrenda de agradecimiento y devoción y en lugar de pensar en lo valioso que era el perfume que estaba derrochando, probablemente se preguntaba de qué otro modo podría demostrarle al Señor su amor y su gratitud.

¿Acaso no necesitaba esta mujer el dinero para sus gastos y obligaciones? Probablemente. ¿Tenía responsabilidades financieras? Sin duda, pero nada de eso importaba en este momento. Para ella no había nada que fuera demasiado costoso para ofrendárselo a Jesús y esta era su oportunidad para demostrarle cuánto lo amaba.

¿Qué nos enseña esta historia? Que el Señor es digno de la mejor muestra de adoración y alabanza que podamos darle. La mujer no vino a pedir por un familiar o amigo enfermo; no vino buscando beneficios para sí misma; tampoco vino pidiendo un lugar especial en el cielo. Sólo vino a rendirle a Jesús el mejor homenaje que podía ofrecerle.

¿Derroche inaceptable o acción encomiable? Cuando la mujer vertió su perfume sobre Jesús, todos, incluso los apóstoles, censuraron lo que ella hacía porque consideraron que era un derroche irresponsable. “¿Por qué se desperdicia esto?” preguntaron irritados (Mateo 26, 8). No hay duda de que los discípulos eran sinceros en su apreciación, porque sabiendo que el bálsamo era costoso pensaban que se le podía haber dado un mejor uso.

Pero el Señor vio la acción de la mujer bajo un cristal muy distinto. Vio que era algo hermoso que le llegó al alma y lo conmovió precisamente por el valor de la ofrenda y eso le demostraba el amor y la devoción de ella. Afirmó incluso que se trataba de “una obra buena” y que “en cualquier lugar del mundo donde se anuncie esta buena noticia, se hablará también de lo que hizo esta mujer” (Marcos 14, 6; Mateo 26, 13).

Una oportunidad de aprendizaje. Jesús amaba a sus discípulos y sabía que ellos le amaban a él. Pero no quería que ellos sólo tuvieran sentimientos de amistad hacia su persona, sino que llegaran a ser buenos servidores en su Reino, tal como lo desea para nosotros. Con todo, para que sucediera eso, sabía que sería necesario ir cambiando y ajustando la forma de pensar de sus seguidores. En resumen, lo que hizo esta mujer no sólo fue “una obra buena” para Cristo, sino que también le dio al Señor la oportunidad de enseñar algo valioso a sus discípulos.

Jesús sabía que, pese a la lealtad, el amor y la devoción que ellos le demostraban, sus razonamientos revelaban imperfecciones que era necesario corregir. Ellos eran los mismos apóstoles que habían pensado despedir a la muchedumbre con hambre antes que buscar la manera de procurarles alimento (Mateo 14, 15); los mismos que habían discutido sobre cuál de ellos sería el más importante en el Reino de Dios (Lucas 22, 24); los que pensaron que Dios debería destruir a aquel pueblo que se había negado a recibir a Cristo (9, 54), y que se indignaron cuando dos de ellos le pidieron al Señor que les concediera lugares privilegiados en el cielo, por encima del resto (Mateo 20, 24).

Entonces, ¿cómo aprovechó Jesús esta ocasión en que la mujer lo ungió con óleo perfumado para ayudar a los apóstoles a rectificar su forma de pensar? Lo hizo defendiendo a la mujer y explicándoles claramente que a ella no le preocupaba lo que le sucediera como resultado de su obra, porque lo único que quería era donarle algo suyo al Señor y darle una muestra palpable de su amor. Estas cosas, les explicó, son las que hacen a las personas merecedoras de honor en el Reino de los cielos, y eso es lo que nos hará a nosotros también merecedores de honor a los ojos de Dios.

Luego, completó su explicación añadiendo: “A los pobres siempre los tendrán entre ustedes, y pueden hacerles bien cuando quieran; pero a mí no siempre me van a tener” (Marcos 14, 7). Sin duda los apóstoles tenían muchas oportunidades de hacer algo por los necesitados y más aún en el futuro, pero éste era un momento sagrado. Era “la calma antes de la tormenta” de la Pasión de Cristo y esta mujer había hecho algo “muy importante y significativo” simplemente rindiéndole honor y adoración.

Una unción profética. En el mismo diálogo, el Señor añadió que cuando la mujer lo ungió con óleo lo estaba preparando “para mi entierro” (Mateo 26, 12). La mayoría de los teólogos dudan de que la mujer tuviera alguna noción de que Cristo estuviera a punto de ser detenido y crucificado, pero el Señor pudo reconocer que el gesto de ella era un acto de amor cuya finalidad era darle consolación y fortaleza para la pasión que se avecinaba.

Lo que hizo la mujer también evocaba la ceremonia en que un rey o un sacerdote eran consagrados a Dios mediante la unción con óleo sagrado. Naturalmente, Jesús no necesitaba ser consagrado, porque ya había sido escogido por Dios y ungido por el Espíritu Santo (Lucas 4, 14), aparte de que ya era el Rey de la creación y tenía la misión especial que su Padre eterno le había encomendado. Pese a todo, la acción de la mujer fue de todo el agrado del Señor, porque no sólo le animaba y reconfortaba, sino que reafirmaba lo mismo que él les había anunciado a sus apóstoles unos días antes, que “el Hijo del hombre será entregado para que lo crucifiquen” (Mateo 26, 2).

Esta unción profética fue una de las raras ocasiones que leemos en la Escritura en que Jesús fue quien recibió un regalo en lugar de darlo él. Durante sus años de público ministerio, el Señor fue quien se dio por entero para bendecir a muchísima gente y, ahora, al acercarse su hora final, estando él a punto de entregarse al sacrificio supremo en la cruz, viene esta mujer a desahogar su corazón y rendirle un sincero homenaje de amor y agradecimiento que logran impresionarlo y conmoverlo.

La buena noticia es que nosotros también podemos rendirle adoración al Señor como ella lo hizo, no necesariamente ungiéndolo con óleo perfumado, sino rindiéndole nuestra propia vida en adoración y obediencia. Es tal vez difícil de imaginar, pero cada vez que usted rechaza la tentación, cada vez que usted dedica un tiempo, aunque sea mínimo, a la oración, y cada vez que usted le brinda ayuda a alguien en necesidad, está en realidad sirviendo a Cristo Jesús; le está brindando consolación y ánimo, porque él ve así una prueba más de que su cruz no fue en vano.

Lo mejor para Jesús. La idea central de esta reflexión no es el valor del perfume ni el dinero; es la capacidad de hacer algo realmente valioso y grato a los ojos del Señor; es la posibilidad de modificar nuestra forma de pensar para adoptar la idea de que cada uno de nosotros puede darle al Señor lo mejor que tenga como ofrenda de amor, alabanza y agradecimiento.

Dedique un tiempo, querido lector, a hacer oración y reflexionar sobre este episodio del Evangelio; medite en este pasaje imaginándose que es usted quien está ungiendo a Jesús y procure vislumbrar la mirada compasiva y complacida del Señor con que él recibe su regalo. Deje que este acto de amor aflore en su corazón como un manantial de gracia y lo mueva a darse a Jesús más enteramente cada día.

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