La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio 2016 Edición

Misericordiosos como el Padre

Para celebrar el Año Santo de la Misericordia

Por: Luis E. Quezada

Misericordiosos como el Padre: Para celebrar el Año Santo de la Misericordia by Luis E. Quezada

S.S. el Papa Francisco convocó a un Año Santo dedicado a la Misericordia de Dios como Jubileo Extraordinario, desde el 8 de diciembre pasado, Fiesta de la Inmaculada Concepción, hasta el 20 de noviembre de 2016, Fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Lo hizo emitiendo una bula (especie de decreto papal) de convocación titulada Misericordiae vultus (MV).

En atención a esta iniciativa papal, el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización publicó una serie de ocho libritos, llamada Misericordiosos como el Padre, cuyo propósito es ilustrar mejor al pueblo católico acerca de lo que es la misericordia de Dios y cuáles son las mejores formas de experimentarla, celebrarla y ponerla en práctica.

La misericordia. ¿Qué es? Es la disposición a solidarizar con las tribulaciones y miserias ajenas y compadecerse de ellas; significa tener un corazón solidario o compasivo con los que padecen dolor, pobreza, enfermedad o cualquier sufrimiento grave. Pero no es solamente un sentimiento de simpatía, sino una disposición de ánimo que conduce a una acción concreta y específica.

Esto nos trae a la memoria lo que el Señor le dijo al maestro de la ley al terminar la parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37): “Anda y haz tú lo mismo.” El énfasis está en “hacer algo” concreto.

Las obras de misericordia. Nos dice el Santo Padre en Misericordiae vultus: “No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento; si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo; si dedicamos tiempo para visitar al que estaba enfermo o preso (Mateo 25, 31-45). En efecto, el propio Señor Jesucristo nos advirtió que, al final, seríamos juzgados, entre otras cosas, por la manera en que hayamos tratado al prójimo.

Si hacemos esto, nos dice el profeta Isaías: “Entonces brillará tu luz como el amanecer y tus heridas sanarán muy pronto. Tu rectitud irá delante de ti y mi gloria te seguirá.” (Isaías 58, 8).

La Puerta Santa. El Papa Francisco, al inaugurar el Jubileo Extraordinario, abrió la Puerta Santa o Puerta de la Misericordia en la Basílica de San Pedro, como invitación oficial de la Iglesia para que todos los fieles tengan acceso a la misericordia de Dios y el perdón de sus pecados. Igualmente, en todas las Diócesis se ha designado una o más Puertas de la Misericordia para beneficio del pueblo católico.

Para esto la Iglesia nos propone tomar conciencia del valor y el significado de las diferentes prácticas, tiempos y liturgias de la Iglesia de una manera práctica, profunda y renovada y para ello afirma que “estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual… como signo visible de la comunión de toda la Iglesia” (MV 3).

El Año Litúrgico. El punto cardinal en torno al cual gira toda la actividad pastoral y litúrgica de la Iglesia es el Año Litúrgico, dentro del cual adquiere especial importancia el día domingo.

El domingo. Es el Día del Señor, en el cual recordamos y celebramos la misericordia de Dios que, compadecido de la condición humana, decidió hacerse hombre para salvarnos, porque todos íbamos a la condenación eterna. Y para lograrlo estuvo dispuesto a despojarse de su condición divina, humillarse y limitarse en un cuerpo humano (v. Filipenses 2, 6-8), a fin de sufrir voluntariamente su Pasión y Muerte para redimirnos de nuestros pecados. Por eso, la Santa Misa dominical es tan importante.

Estar presente en la Misa del domingo debe ser el punto culminante de la semana, y no una obligación ingrata o molesta que interfiere con los planes de diversión o de cualquier índole que nos hagamos.

La Cuaresma. El Santo Padre recomienda que la Cuaresma “de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso del Padre!”

En este sentido, se nos viene a la mente de modo especial la parábola del hijo pródigo, o mejor dicho del padre misericordioso, porque ella nos dirige la mirada hacia Dios “como padre bueno y grande en el perdón que en el abrazo de su amor acoge a todos los hijos que regresan a él con corazón contrito para recubrirlos con las vestiduras de la salvación, hacerlos partícipes de la alegría del banquete pascual y restituirlos a la dignidad real de hijos de Dios.” (Celebrar la Misericordia, página 11).

La Semana Santa y el Triduo Pascual. Con cuánto pesar observamos que muchos católicos (sin mencionar siquiera a los no católicos) no le atribuyen la importancia debida a la Semana Santa, la última semana que Jesús vivió físicamente aquí en el mundo. ¡Es la Semana Santa, un tiempo sagrado que hay que dedicarla al Señor!

Queridos hermanos, tengamos conciencia del sufrimiento del Señor, de su Pasión y su muerte, para que él mismo tenga compasión de nosotros, de nuestros sufrimientos y nos reciba en las moradas celestiales a la hora de nuestra muerte.

Por eso, hemos de dar mucha atención a las celebraciones del Triduo Pascual: la Liturgia del Jueves Santo, el Servicio del Viernes Santo con la adoración de la Santa Cruz, la Liturgia de la Vigilia Pascual del Sábado Santo y la Misa de la Pascua de Resurrección.

Los sacramentos. El Señor nos muestra su gran misericordia, su compasión, su amor y su perdón principalmente en los sacramentos del Bautismo, la Confesión o Reconciliación y la Unción de los Enfermos y lo hace en forma especial en este Año de la Misericordia.

Bautismo. Como lo dice la Iglesia, el Bautismo es el “baño de regeneración”, la puerta de todos los sacramentos, que nos introduce a la vida sacramental de la Iglesia y reviste al creyente de la imagen de Dios. Todo cristiano está llamado a llevar en su alma esta imagen de Dios sin mancha hasta la vida eterna.

Pensemos en lo misericordioso que es el Señor, que nos hace templos del Espíritu Santo e hijos de la luz, hijos de Dios. Más aún, el Bautismo nos concede colectivamente la dignidad de ser “un sacerdocio al servicio del rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2, 9). ¡Esos somos nosotros los cristianos!

Confesión. En este sacramento es probablemente donde el amor, la misericordia y la compasión de Dios brillan con un resplandor sobrenatural y eterno: Aquí es donde se nos perdonan los pecados, cualquier pecado, todos los pecados. El Señor quiere perdonar los pecados tuyos y los míos, quiere lavarnos de nuevo en la Sangre preciosa de Cristo para que llevemos una vida limpia, pura y santa.

Sin embargo, a veces nos pasamos meses y hasta años sin ir a la confesión y por eso vivimos en la oscuridad. Hay personas que no se han confesado en muchos años y no se dan cuenta de que el Señor los está esperando con los brazos abiertos, como el padre misericordioso al hijo pródigo, deseando perdonarlos, sanarlos y restaurarles la dignidad de hijos de Dios y llevarlos a la luz de su Reino.

Unción de los Enfermos. Este es también un sacramento de misericordia, porque está orientado tradicionalmente a preparar el alma que está próxima a encontrarse con su Creador y Señor y le confiere al enfermo en forma especial las bendiciones de la esperanza de la salvación y la espera de la visión beatífica. Además, cualquier católico que tenga una enfermedad grave puede pedir y recibir la Unción de los Enfermos y es muy posible que sane.

Las oraciones. Ahora bien, estando conscientes de este gran amor de Dios y de su misericordia infinita, el Señor anhela estrecharnos en sus brazos junto a su Sagrado Corazón y asegurarnos un lugar en el cielo para toda la eternidad, ¿no deberíamos nosotros responderle con amor, entusiasmo y fidelidad?

He aquí algunas prácticas que la Iglesia, en su bondadosa sabiduría, nos recomienda:

Adoración eucarística. En numerosas parroquias hay ocasiones en que se celebra una Hora Santa de adoración al Santísimo Sacramento; incluso en algunas hay adoración perpetua, las 24 horas del día, donde los fieles acuden individualmente o en grupo a rendirle adoración al Señor en su presencia sacramental, principalmente para contemplarlo y adorarlo, pero también para pedirle perdón, paz y otras intenciones. Es una ocasión privilegiada, en la que nos vemos cara a cara frente al Señor, que se deja ver por su pueblo. Allí, el Señor nos mira con amor y nos concede su misericordia divina.

El Vía Crucis. Después de haber sufrido una inhumana flagelación, en que la crueldad humana se ensañó con Jesús, él, con su cuerpo herido, casi destrozado y ensangrentado, tuvo que cargar la cruz hasta el Calvario. En las Estaciones de la Cruz recordamos estos episodios y nos unimos a sus sufrimientos, pidiéndole al Señor que nos ayude a sobrellevar los nuestros y ofrecerlos por nuestra propia salvación y la de nuestros seres queridos.

Es lamentable decirlo, pero en muchos casos, las personas que participan en el Vía Crucis son “el grupo de siempre”, los mismos fieles que participan en la mayoría de las actividades parroquiales. Pero, ¿dónde están los demás? Todos deberíamos estar presentes y acompañar al Señor en estas horas de su Pasión y Muerte.

Coronilla de la Divina Misericordia. “Como consecuencia de los mensajes de Santa Faustina Kowalska, se ha difundido progresivamente una devoción particular a la misericordia divina prodigada por Cristo muerto y resucitado, fuente del espíritu que perdona el pecado y restituye la alegría de la salvación. De esta devoción ha nacido la práctica de la recitación de la coronilla de la divina misericordia, que en este año jubilar podría ser promovida y propuesta al pueblo de Dios” (Celebrar la Misericordia, pág. 35).

El Señor le dijo a Santa Faustina: “Deseo que conozcas más profundamente el amor que arde en mi Corazón por las almas y tu comprenderás esto cuando medites en mi Pasión. Apela a mi misericordia para los pecadores, porque yo deseo su salvación. Cuando reces esta oración con corazón contrito y con fe por algún pecador, le concederé la gracia de la conversión. Esta oración es la siguiente: “Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús como una Fuente de Misericordia para nosotros, en ti confío.” (Diario de Santa Faustina, párr. 187).

Rosario de la Virgen María. La Tradición de la Iglesia y la piedad popular nos han entregado la devoción del Santo Rosario para invocar la misericordia de Dios a través de la intercesión de la Virgen María. Es una oración muy difundida y apreciada en el pueblo hispanohablante que puede hacerse en forma personal, familiar o comunitaria y que es fuente de grandes bendiciones para quienes la rezan, especialmente cuando lo hacen implorando la misericordia de Dios.

La Palabra de Dios. La Iglesia siempre ha venerado la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Biblia (tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento), que no es otra cosa que una dimensión distinta de la presencia de Cristo Jesús. El Verbo Encarnado, la Palabra encarnada ha querido quedarse presente no sólo en el pan y el vino consagrados de la Santa Comunión, sino también en el texto escrito de la Sagrada Escritura.

En este sentido, para leer la Sagrada Escritura y meditar en lo que nos dice, la Lectio Divina es un magnífico método que tiene cuatro partes: Lectura pausada de un texto seleccionado a fin de comprenderlo bien. Meditación para ver qué dice Dios en el texto leído. Oración para tratar de entender lo que Dios me dice a mí en este texto, y Contemplación, un momento de silencio meditando en qué voy a hacer yo al respecto, cómo voy a responder a lo que Dios me dice, cómo voy a ponerlo en práctica.

Todos los que nos hemos enamorado de la Palabra de Dios podemos dar testimonio de la bendición que significa conocer lo que Dios, y en especial Jesucristo, nuestro Señor, nos dice en su Palabra, porque en ella conocemos su voluntad, su modo de pensar, y nos hace ver lo que le agrada y lo que le desagrada de nuestra vida.

Compromiso. En el Año Santo de la Misericordia tenemos una magnífica oportunidad para renovar la fe, la vida personal, las relaciones familiares e incluso la salud, si nos dedicamos seriamente a recibir, aceptar y adoptar las prácticas y recomendaciones que nos plantea el Señor a través de su Iglesia.

Comprometámonos, pues, todos a renovar la fe y la devoción personal durante el Año Santo; orar asiduamente por familiares y seres queridos; orar por el Santo Padre Francisco, los obispos y los sacerdotes, especialmente los de nuestra parroquia; hacer oración en familia ojalá todos los días, y poner en práctica las obras de misericordia. Si lo hacemos, el Señor nos bendecirá con gracias abundantes.

Luis E. Quezada es director editorial y traductor de La Palabra Entre Nosotros.

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