La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Octubre/Noviembre 2007 Edición

La libertad de los cristianos

San Pablo y los gálatas

Por: el P. Lorenzo Boadt, CSP

Si leemos la carta de San Pablo a los Gálatas, vemos que el "Concilio de Jerusalén", al que nos referimos en el artículo anterior, no resolvió del todo el problema.

Una lectura detenida de esta carta nos permitirá ver también que las controversias relativas a la circuncisión de los gentiles llevaron a Pablo a explicar con mayor detalle lo que significa que Jesús nos ha hecho libres: libres de la ley, del pecado e incluso de la muerte misma.

¿Un Evangelio diferente? Consideremos cómo inicia San Pablo su carta: "Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo derramen su gracia y su paz sobre ustedes" (Gálatas 1,3). Todo bien, ¿no? Esperaríamos que en las líneas siguientes Pablo alabara a Dios por actuar en los creyentes de Galacia, pero de repente cambia de tono y dice: "Estoy muy sorprendido de que ustedes se hayan alejado tan pronto de Dios, que los llamó mostrando en Cristo su bondad, y se hayan pasado a otro Evangelio" (1,6). Pero, ¿dónde quedaron las acciones de gracias con que San Pablo inicia siempre sus otras cartas? ¿Dónde quedó la bendición por la fidelidad con que los creyentes seguían al Señor? No dice nada de eso.

Al parecer, el apóstol se enteró de que los gálatas habían decidido que todos los cristianos de origen no judío que había entre ellos tenían que circuncidarse y así hacerse judíos. Esta noticia molestó tanto a San Pablo que en su carta va al grano sin pérdida de tiempo, diciéndoles que Dios no quiso que los gentiles adoptaran la ley de Moisés como suya. Es decir, si tú eres judío, debes estar circuncidado y observar toda la ley; pero si eres gentil, Dios nunca te enseñó la Torá y no necesitas la Torá para conocer a Jesús.

Y San Pablo continúa diciéndoles a los cristianos judíos de Galacia que ni siquiera ellos descubrieron a Jesús a través de la ley. No, aceptaron el Evangelio porque lo escucharon predicar con la fuerza del Espíritu Santo y así el Espíritu se manifestó en ellos.

Crucificados con Cristo. Unas líneas más adelante Pablo recuerda la experiencia que tuvo en el Concilio de Jerusalén. Les cuenta lo que sucedió y como los apóstoles aprobaron su misión entre los gentiles y le dieron la mano en señal de comunión y aceptación. Nuevamente todo queda tranquilo. Pero luego relata cómo San Pedro, que antes había aprobado su trabajo, fue a Antioquía y con sus acciones contradecía sus propias palabras. Una delegación de Jerusalén fue a visitar a los cristianos de Antioquía y Pedro, temiendo que los cristianos judíos que llegaban lo criticaran, dejó de participar en las comidas con los cristianos gentiles; pero no sólo eso, sino que otros también siguieron su ejemplo (Gálatas 2,13).

Es decir que San Pedro, que una vez había dicho que, en Cristo, los gentiles y los judíos eran iguales, de repente se va a cenar a otro comedor para no "contaminarse". Esto llevó a Pablo a interpelarlo preguntándole: "Tú, que eres judío, has estado viviendo como si no lo fueras; ¿por qué, pues, quieres obligar a los no judíos a vivir como si lo fueran?" (Gálatas 2,14).

Eso había sucedido en Antioquía, pero ahora San Pablo escuchaba que lo mismo estaba sucediendo en Galacia, razón por la cual se siente llevado a dejar por escrito el Evangelio que ha venido predicando. Y lo hace con las palabras siguientes: "Por medio de la ley yo he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí. No quiero rechazar la bondad de Dios; pues si se obtuviera la justicia por medio de la ley, Cristo habría muerto inútilmente" (Gálatas 2,19-21).

Si pudiéramos entender bien solamente este párrafo, tendríamos todo el Evangelio según San Pablo. Así que, analicémoslo detenidamente retrocediendo desde el final. Primero, "si se obtuviera la justicia por medio de la ley, Cristo habría muerto inútilmente". Algunos cristianos judíos estaban enseñando que todo lo que había que hacer era obedecer la ley y así estarían bien. Pero San Pablo vio que esto reduciría al mínimo la obra de Cristo en la cruz. Por eso les planteó sus objeciones a viva voz y les preguntó: Si ustedes fueron purificados delante de Dios simplemente por obedecer la Ley, y si de esa manera derrotaron al pecado, ¿por qué tuvo que morir Jesús?

Al contrario, les dijo: "yo he muerto a la ley". ¿Por qué usar una palabra tan drástica como "morir" y por qué la dice San Pablo de sí mismo? Después de todo, él era un judío fiel, preocupado de cumplir perfectamente la ley, como lo afirmaba al decir que él era fariseo e hijo de fariseos (Filipenses 3). Pero después de experimentar el poder salvador de la cruz, se dio cuenta de que Jesús había muerto por él y que le había dado su Espíritu Santo para que él pudiera hacer lo que la ley simplemente no podía hacer.

Bien, tenemos a San Pablo que "vive en Cristo". Entonces, ¿cómo podría seguir viviendo según la ley? No puede. Más bien, dice él, "vivo por mi fe, es decir, mirando hacia el cumplimiento de la redención que Jesús logró para mí. Esta no se ha manifestado aún del todo en mi vida, pero por fe espero plenamente confiado que un día llegue mi salvación completa. No tengo ninguna duda respecto a Cristo."

"Para que seamos libres." Luego San Pablo dedica los dos capítulos siguientes a explicar por qué la ley no puede salvar a la persona, y luego en el capítulo 5 lo resume todo diciendo: "Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud" (Gálatas 5,1).

Muy bien, pero ¿qué es la libertad y qué es la esclavitud? "Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen esta libertad para dar rienda suelta a sus instintos" (Gálatas 5,13). Es decir, no se puede usar la libertad para llevar una vida que sea contraria a la voluntad de Dios o indigna de Él. Y especialmente no se puede usar para dar rienda suelta a los instintos pecaminosos del ser humano no regenerado. Entonces, ¿para qué podemos usar la libertad que nos dio Cristo? "Sírvanse los unos a los otros por amor" (5,13) nos aconseja San Pablo.

Pareciera que de repente la libertad ya no luce tan interesante. Claro, porque cuando uno se dispone a servir a los demás, se le empiezan a pedir muchas cosas. Pero San Pablo no se fija en esto y añade: "Vivan según el Espíritu, y no busquen satisfacer sus propios malos deseos" (Gálatas 5,16). Si usted quiere obtener buenos resultados (o sea, paz, bondad, amabilidad y amor), esta es la única manera de vivir. Esto no se puede obtener solamente obedeciendo los mandamientos de la ley, y menos aún dejándose llevar por el pecado.

Vivir según el Espíritu es una de las grandes paradojas de San Pablo: la "libertad", que tanto los judíos como los gentiles tenían a su disposición, se obtiene respondiendo a la llamada a cooperar con el Espíritu. Pero si somos sinceros, ¡esto es bastante trabajoso! En realidad no es algo que se produzca en forma automática; solamente se obtiene cuando ayudamos a los demás a llevar sus cargas (Gálatas 6,2), cuando nos hacemos un sincero examen de conciencia (6,4), cuando nos dedicamos a hacer el bien a todos (6,9-10) y, finalmente, cuando nos sentimos contentos de haber muerto a las filosofías pecaminosas y mundanas (6,14).

La libertad del Espíritu. Para San Pablo, todo dependía del Espíritu Santo. El Espíritu es el que nos da las fuerzas para doblegar el pecado; el Espíritu es el que nos dice que somos hijos amados de Dios y, lo que es más importante, el Espíritu es el que nos convence de que realmente hemos sido crucificados con Cristo y muertos al pecado y que Cristo mismo vive en nosotros.

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