La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Septiembre 2016 Edición

He aprendido a amar la oscuridad

La Vía Dolorosa de la Madre Teresa

He aprendido a amar la oscuridad: La Vía Dolorosa de la Madre Teresa

En 2007 se publicó un nuevo libro sobre la Madre Teresa de Calcuta que ocupó todos los titulares en el mundo y que dio a todos la oportunidad de verla bajo una luz completamente nueva.

El libro se llamó “Ven, sé mi Luz: Escritos privados de la santa de Calcuta” y en él, su autor, el padre Brian Kolodiejchuk, sacerdote de los Misioneros de la Caridad, dio a conocer una colección de las cartas de la Madre Teresa y escritos personales en los que se aprecia que ella pasó los últimos cincuenta años de su vida en una oscuridad espiritual casi total. Resulta que, durante décadas, esta querida religiosa, que fue admirada como modelo de santidad, sintió nada más que la ausencia de Dios en su corazón. Le parecía “como que todo estaba muerto” en su espíritu, y se preguntaba “¿Cuánto más permanecerá lejos nuestro Señor?” “¿Cómo era esto posible?”

No se trataba de un “período de aridez” temporal que pudiera resolverse con más oración, un arrepentimiento más profundo o una entrega más completa a Jesús. De hecho, no había nada temporal en esta oscuridad. La Madre Teresa no experimentó alivio alguno del sentido de aislamiento durante el resto de su vida, salvo un breve período en 1958.

Madurez espiritual. La revelación era inquietante y daba ocasión a varias preguntas: ¿Es así realmente cómo Dios trata a sus servidores más fieles y leales? ¿Estaba realmente la Madre Teresa viviendo una falsedad? ¿Fue víctima de engaño? O, peor aún, ¿cayó ella en hipocresía al decirnos a todos que nos diéramos de corazón a Jesús cuando a ella le parecía que Dios ni siquiera existía?

Al tratar de contestar estas preguntas, sería útil recordar que no siempre fue así para la Madre Teresa. Desde sus primeros años, ella tuvo una vida de profunda oración, lo que fue para ella fuente de una gran alegría y de mucho amor para cuantos le eran cercanos. Especialmente cuando percibió su llamado a irse a los barrios más pobres de Calcuta, se sintió muy cerca de Jesús, al punto de oír su voz que le hablaba al corazón. Cuando le fue dando a conocer el plan que tenía para ella y su nueva orden, Jesús la llamaba “Mi propia esposa,” y “Mi Pequeña” y ella le respondía llamándole “Mi propio Jesús”. Se ve claramente que estas no son palabras de un alma que sufre una gran desolación espiritual.

También conviene recordar que la Madre Teresa tenía ya 36 años cuando escuchó que el Señor la llamaba a irse a los barrios de mayor miseria. Y la oscuridad no se hizo presente sino hasta que ella realmente inició aquel trabajo dos años más tarde. Hasta ese punto, ella había llevado la vida de una religiosa de Loreto durante 20 años, una vida de oración, meditación en la Sagrada Escritura, servicio a los demás y oración en intimidad con el Señor.

Esto es importante notar porque se aprecia que la Madre Teresa era ya una mujer profundamente espiritual cuando comenzó a experimentar este vacío del corazón. Más aún, su heroica dedicación a la vocación de atender a los pobres y su persistencia en hablar del amor de Jesús nos dice que había mucho más que sucedía en su interior que una simple sequedad espiritual. No, la Madre Teresa siguió creyendo y sirviendo a “los pobres de Dios”, y siguió amando profundamente a Jesús. Nunca perdió la fe y nunca dejó de rendirse a la voluntad de Dios, por mucho que le costara.

Aceptar la oscuridad. Entonces, ¿qué hizo la Madre Teresa frente a la oscuridad y el vacío? Durante años, se sintió dolida de tristeza, ignorando qué falta podía haber cometido para que el Señor la dejara. ¿Había algún pecado secreto o defecto en su alma? ¿Le había causado ella disgusto de algún modo al Señor? Pese a todo, siguió adelante con su trabajo y les confió su confusión interior a su confesor y su director espiritual, quienes la aconsejaron.

Es una señal de su fe que en lugar de derrumbarse en la desesperación, en lugar de retornar a la relativa seguridad del convento de Loreto, en lugar de escaparse de la vida religiosa, la Madre Teresa siguió decididamente adelante. De alguna manera percibía que Dios mismo estaba detrás de su oscuridad y desde joven ella había jurado no rechazar nada que Jesús le pidiera.

No fue sino hasta que llevaba unos once años de trabajo que, con la ayuda de otro director espiritual, logró entender lo que le sucedía.

“He aprendido a amar la oscuridad —escribió luego— ya que creo ahora que es una parte muy pequeña de la oscuridad y del dolor de Jesús en la tierra.” En ésta y otras cartas, la Madre Teresa mostró que ella había llegado a considerar su dolorosa situación como un modo de participar de la vida de Jesús, una participación misteriosa en el sufrimiento y en la cruz del Señor.

Hacerse uno con los pobres. ¿A qué se debió que Dios le impusiera semejante carga a la Madre Teresa? Tal vez podemos contestar esto mirando la vocación especial que el Señor tuvo para ella. La Madre Teresa remonta esta llamada al 10 de septiembre de 1946. “Fue en este día —relató ella— en el tren a Darjeeling que Dios me hizo ‘la llamada dentro de una llamada’ de ir a saciar la sed de Jesús sirviéndole en los más pobres de los pobres.”

En ese viaje en tren pudo captar un sentido profundo de cómo era que Jesús tenía sed de los pobres, los moribundos, los olvidados. El Señor ansiaba el amor de ellos y anhelaba compartir su amor con ellos. Había tantas personas sin hogar y sin esperanza alguna que eran presa fácil de la tentación y el pecado; tantos enfermos y agonizantes en los barrios pobres que ansiaban que alguien les diera un vaso de agua fresca, una palabra de consuelo o un suave abrazo; pero nadie les daba nada.

La Madre Teresa percibió que Dios le pedía atender a estas pobres almas, no sólo materialmente sino espiritualmente también. Le pareció que dándoles la atención y el amor que tanto necesitaban podría llevarles a Jesús, y de esa forma saciar la sed que ellos tenían de él y la sed que él tenía de ellos. Sabía ella que esta vocación le costaría bastante, pero al parecer no esperaba que el costo fuera tan alto como realmente fue.

No sólo afrontó el costo de hacerse materialmente pobre como la gente a la cual atendía, sino que Dios quería que se hiciera pobre espiritualmente también. Y así el Señor “se retiró” para que ella pudiera conocer a esta gente desechada y abandonada como una de ellos en todo sentido, experimentando profundamente su aislamiento, soledad y desamparo. Dios permaneció “distante” a fin de que ella pudiera sentir profundamente la sed de amor y seguridad que sufrían estos pobres. Dios le hizo sentir como si la estuviera rechazando para que ella entendiera lo muy aislados y abandonados que se sentían los indigentes.

“Tengo sed.” En esta unión espiritual con los más pobres, la Madre Teresa vino a encarnar y experimentar ella misma la sed que Jesús tiene de todos nosotros. Podemos imaginarnos la desolación que sentiría alguien que no pudiera jamás ver a su persona amada aunque todo el tiempo estuviera anhelando profundamente estar con él o ella. O bien la tristeza de haber disfrutado una vez de la presencia y la compañía de una persona para sentir luego que tal persona le ha rechazado. Algo así debe haber sido lo que Jesús sintió cuando estaba crucificado, y debe ser lo que Cristo siente también cuando mira al mundo y ve que tantas personas no le conocen o, peor aún, se han apartado de él.

Posiblemente esta revelación de la oscuridad interior de la Madre Teresa nos incomode, porque, después de todo, si una mujer tan santa y dedicada como ella no sintió nada del Señor, ¿qué esperanza hay para el resto de nosotros? Pero sea como fuere, mucho es lo que podemos aprender de la asombrosa historia de esta pequeña religiosa.

En primer lugar, conociendo la vida de la Madre Teresa aprendemos algo sobre el poder de nuestra propia fe y confianza. Ella nunca dejó de creer en el Señor, aun cuando sentía que él la había abandonado; nunca desistió del Señor y jamás dejó de obedecer la vocación que él le había dado. Nos muestra que si actuamos con fe pura, como lo hizo ella, Dios nos dará la fuerza necesaria para perseverar e incluso salir airosos. Al igual que la Madre Teresa, tal vez no sintamos nosotros ninguna consolación del Señor; pero también, al igual que ella, podemos confiar en que si hacemos todo que podemos hacer, Dios estará complacido y nos recompensará.

En segundo lugar, y quizás lo más importante, podemos aprender lo mucho que Jesús anhela nuestra compañía. En su deseo de estar con el Señor, así como en su determinación de darse a todos, la Madre Teresa le puso un rostro humano a un principio espiritual importante: Su sonrisa espontánea, su deseo de servir y su determinación en medio de la oscuridad interior nos muestran cómo Jesús nos mira a nosotros. En cierto modo, cada día nuestro Señor siente sed por causa de nuestra falta de fe; cada día sufre por los pecados grandes y pequeños que cometemos. Y sin embargo, cada día se entrega totalmente a nosotros, esperando volver a conquistarnos aunque sea un poquito más. La fidelidad de la Madre Teresa, con lo impresionante que fue, es sólo una pálida sombra de lo muchísimo más que Jesús se ha comprometido con nosotros.

Que la vida de la Madre Teresa, su fe y su inquebrantable amor sean para todos nosotros una imagen palpable del amor inquebrantable que Dios nos tiene, y un ejemplo de la clase de amor y devoción con que todos podemos corresponderle.

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