La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio/Julio 2007 Edición

En medio del dolor, una Vida Nueva

Testimonio de Sofía ("Chofi") León de Partarrieu

Antes de casarnos, el que sería mi marido, Jean Pierre, participaba en la Acción Católica Universitaria, y yo en la Juventud Católica Femenina, en Viña del Mar, Chile.

Años más tarde, cuando ya teníamos seis hijos, en 1972, mi marido fue contratado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y tuvimos que trasladarnos a Haití, donde permanecimos un año y cuatro meses. Luego, pasamos a la República Dominicana. Estando allí, nuestro cuarto hijo, Marcelo, enfermó de cáncer, por lo que tuve que ir con él a Nueva York. Fue el comienzo de su propio calvario y el de toda la familia. Tenía cáncer en los huesos, tremendamente doloroso, y tuvo que soportar una quimioterapia y radioterapia fortísimas.

Preocupación por los otros hijos. Dos de nuestros hijos mayores ya estaban en la universidad en los Estados Unidos. En ese momento, cuando nos enteramos de la enfermedad de Marcelo, yo estaba en casa de mi hermano, en Nueva York, reunida con mis hijos. Conversando una noche con ellos, me di cuenta de lo cambiados que estaban en sus ideas. Para ellos, el sexo era muy natural antes de casarse y, si el matrimonio no andaba bien, había que tener otra oportunidad y divorciarse. Conversamos mucho, pero para ellos mis ideas eran anticuadas y absurdas.

Recuerdo que yo le preguntaba al Señor, "¿Qué puedo hacer?" Fueron educados en colegios católicos, en nuestra casa vieron otro ejemplo de vida y yo ya no podía influir en sus ideas. Sólo le pedía al Señor que los ayudara, para que no se fueran por otro camino que no fuese el suyo.

Se agrava la enfermedad. Al día siguiente de esta conversación recibí la llamada de mi marido desde Chile informándome que a Marcelo, que en esa fecha tenía 17 años y estudiaba en nuestro país, le habían encontrado un tumor en la pierna, más precisamente en el peroné. Después de mucho pensar, decidimos que sería mejor que viajara a Nueva York y empezamos a buscar al mejor médico que pudiese atenderlo. Marcelo comenzó su tratamiento en un hospital de esa ciudad y asombrosamente, me permitieron quedarme en las noches a su lado durante casi seis meses. Este fue el primer milagro.

A raíz de esto, mi marido pidió su traslado a Washington, D.C. con toda la familia, porque pensamos que allí podrían atender a Marcelo sin problema. Había tenido una recuperación, pero duró poco, ya que tuvieron que amputarle la pierna.

En la ciudad de Washington. Como queríamos estar todos juntos, nos radicamos en Washington y Marcelo cumplió sus 19 años en el Hospital de Georgetown. Estando allí, llegaron varias personas a orar por Marcelo, incluso un pastor protestante. Nos parecieron extrañas algunas de las oraciones que hacían; le imponían las manos y oraban en un idioma totalmente ajeno a nuestro conocimiento. Quedamos muy sorprendidos. Luego vino una monja católica e hizo lo mismo. No entendíamos nada. Esa tarde llegó un matrimonio hispano y también oraron de una manera muy parecida. A ellos les preguntamos en qué idioma hablaban al rezar. Nos explicaron que ellos mismos no entendían lo que decían, pero sí sabían que estaban alabando a Dios.

En la capilla del hospital había un grupo de oración, al cual nos invitaron. Cuando pudimos asistir, quedamos admirados al oír a gente orando de una manera desconocida, dando unos testimonios increíbles. Todo esto fue el inicio de un camino sorprendente. Una persona que conocimos en esa etapa fue a nuestra casa a darnos un Seminario de Vida en el Espíritu. De ahí en adelante, cada día era una sorpresa diferente, o mejor dicho, regalos de Dios. Nos reuníamos alrededor de la cama de Marcelo y orábamos todos unidos. En esa etapa, que fue tremendamente dolorosa, Dios se nos manifestó de tantas maneras que nos dejaba pasmados.

Luces en medio de la tragedia. Todo esto nos fue uniendo en Dios de una manera muy sencilla, pero a la vez muy profunda. Podríamos contar infinidad de acontecimientos que iban sucediendo y nos dejaban completamente sorprendidos. Creo que ahí descubrimos que, a pesar de haber participado siempre en la Iglesia, no habíamos conocido realmente quien era Jesús. Ahora lo sentíamos tan real y presente. Recuerdo un día en que yo me sentía tan atareada con los quehaceres de la casa y atendiendo a Marcelo, que me requería en cada momento, que llamé a una de mis hijas para que me ayudara. Ya era tarde y ella no salía de su dormitorio leyendo la Biblia. Le dije que en esos momentos yo necesitaba "Martas" y no "Marías". Mi hija me respondió: "Mamá, ¡esto es tan maravilloso que me cuesta dejar de leer!"

En las últimas semanas de vida, Marcelo comentó que si le dieran a escoger entre un viaje a Europa o su enfermedad, escogería su enfermedad. Y agregó: "Ahora sé lo que es Dios y esto me hace inmensamente feliz."

El desenlace. En esos momentos ya no hacía efecto ni la morfina ni nada, eran gritos de dolor, día y noche. No dormía más de 10 minutos y empezaban nuevamente los dolores. Una noche que creímos que moría, despertamos a sus hermanos y todos nos reunimos a su alrededor. Allí comenzó a cantar: "Caminar, caminar, nunca para atrás mirar, siempre avanzar, caminar hacia ti, Oh Dios . . ." Luego alabó a Dios en lenguas de una manera maravillosa. Eran cerca de las 3 de la mañana. Después se durmió hasta las 7 a.m., cosa que hacía tiempo no sucedía.

Todo esto hizo que descubriéramos otros caminos distintos para llegar a conocer a un Dios real, vivo entre nosotros, y que viéramos en lo concreto del día a día su presencia y su ayuda; que sintiéramos su paz interior y no nos apartáramos de su lado.

Finalmente, el Señor se llevó a Marcelo hace ya 28 años, un 7 de febrero. Un día 11 de febrero, día de la Virgen de Lourdes, a quien habíamos encomendado el cuidado de todos nuestros hijos, lo trasladamos a Chile y dejamos su cuerpo en su nueva casa.

La vida posterior. Después de todo esto, permanecimos varios años en los Estados Unidos hasta la jubilación de Jean Pierre. Allí participamos en un grupo de oración católico y asistimos a numerosos retiros. En 1985 regresamos a Chile. Milagrosamente, nuestros otros hijos ya adultos, uno de los cuales incluso estaba casado, regresaron también poco a poco a nuestro país.

Tras todos esos dolorosos acontecimientos que tanto marcaron nuestra vida familiar, la presencia del Señor en mi vida, la de mi marido y de mi familia se ha hecho cada vez más patente y productiva, al punto de que nos hemos entregado completamente al apostolado y al servicio a nuestros semejantes. Nuestro mismo testimonio de fe y renovación a pesar del dolor ha servido para llegar al corazón de otras personas que se han encontrado en encrucijadas parecidas en su vida.

Haciendo una mirada retrospectiva de todos los acontecimientos vividos, cada vez comprendemos mejor los planes que tenía el Señor para nosotros. Es cierto que siempre participamos en movimientos de Iglesia, pero ahora vemos un cambio muy radical en la forma de vivir nuestra fe, vida de oración y apostolado (en pastorales de novios, bautismo, comunión a enfermos y grupos de oración). Muchas veces, ya sea al conversar con personas en visitas a hospitales y otras oportunidades me han dicho, "primera vez que conocemos a un católico que conozca y exponga la Palabra del Señor con tanta claridad. Señora, usted parece protestante por la fuerza con que habla del Señor."

Nuestra oración es ahora mucho más profunda. En los hogares de nuestros hijos siempre se ora antes de las comidas. Todo es obra del Espíritu Santo, que nos hace llegar a la médula de las enseñanzas de Cristo. Hemos visto también que la perseverancia es fundamental para el crecimiento espiritual. La Misa diaria es vital para nosotros; nos da la fuerza que necesitamos muchas veces para remar contra la corriente en la sociedad de hoy, para no ser como el camarón, es decir, vivir nuestra fe no sólo en lo privado, sino también públicamente.

A veces nos hemos preguntado "Señor, ¿y ahora qué?" Ante ciertas situaciones, mientras más fuerte sea la oración, más se nos va aclarando el camino. Por supuesto que nos ha tocado pasar muchas incomprensiones o críticas, pero eso nos enseña a ser más humildes y mirar nuestra condición de seres humanos con defectos y limitaciones. Pero también son muchas las satisfacciones, al ver cambios radicales en las vidas de otras personas, conversiones impresionantes, que nos muestran cómo el Señor nos ha usado como instrumentos para su obra.

No nos cansamos de darle gracias al Señor, al ver que nuestros hijos, dentro de las limitaciones que puedan tener, siempre ven al Señor como su meta final. Y también están trasmitiendo esta fe a sus propios hijos, lo que nos ha hecho ser todos unidos en el Señor. A Él sea el Honor y la Gloria por siempre, como lo decimos cada día en nuestra misa. La siguiente oración fue escrita el año pasado por una de nuestras nietas, de 21 años, en la que puede resumirse nuestro legado, lo que Dios ha sembrado en nuestra familia:

Oración desde mí

Lo que puedo hacer por mí, Padre, es tenerte más a Ti.

Abre mis ojos, entréname, inúndame con tu fuerza

para poder dar la pelea.

Haz crecer mi fe para que sea más grande que mis miedos,

haz crecer mi amor para amar aun con mis defectos,

Y así poder dar siempre, no lo que me sobra, sino lo que no tengo;

aun sin estar listo, aún teniendo miedo.

Pero lo primero es, Padre, darte corazón y tiempo.

Hazme entender que la vida está en que Tú seas mi techo,

el suelo en que camino y tu vida mi sendero.

Que la oración sea mi sangre y tu palabra mi aliento.

Amén

Sofía León vive en Santiago de Chile con su esposo Jean Pierre Partarrieu. Ambos son activos en la Renovación Carismática Católica en su país.

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