La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Febrero/Marzo 2008 Edición

El Señor me transformó

Testimonios del poder de la cruz

En este mundo imperfecto, muchas veces encontramos que la teoría y la realidad no siempre coinciden.

Por ejemplo, podemos saber de una manera teórica que nuestra vida antigua de pecado fue crucificada con Cristo y que por medio de la fe en la cruz, podemos ser liberados del poder del pecado. Pero cuando se trata de la realidad de nuestra vida diaria, a veces nos encontramos cometiendo los mismos pecados una y otra vez. En este artículo, queremos presentar las historias de algunas personas que han logrado hacer coincidir la teoría con la realidad; es decir, han experimentado en forma práctica el poder que fluye de la cruz de Cristo.

Las personas que escribieron estos testimonios no son grandes santos, son gente común como el resto de nosotros, que tratan de agradar al Señor y no siempre pueden hacerlo por completo. Deseamos que algunas de estas historias sirvan para que nuestros lectores se llenen de la esperanza cierta de que las promesas de Jesús son verdaderas y que su cruz realmente puede darnos las fuerzas que necesitamos para vivir una vida nueva.

Un caso de adicción. Durante 25 años, Jaime había fumado un cigarrillo tras otro. Durante todo ese tiempo intentó varias estrategias tratando de dejar de fumar. Trató la autodisciplina, hizo apuestas con amigos, usó el parche de nicotina, incluso fue a un retiro para que le ayudaran a dejar el hábito. Finalmente, después de años de intentos fallidos, Jaime se dio por vencido y se resignó a vivir atado por este hábito tan dañino.

Pero hace dos años se hizo un examen médico de rutina y una radiografía reveló que tenía una masa en uno de los pulmones. Con esto realmente se preocupó. No quería volver a los muchos intentos fallidos que había hecho para librarse del vicio, pero sabía que tenía que hacer algo. En esta época, su esposa Janet le contó al sacerdote de su parroquia acerca de la radiografía de Jaime. El sacerdote le dijo que Jaime no tenía que sentirse desesperado. Le habló de la cruz de Cristo y de la libertad que él podía experimentar si se entregaba al Señor. Incluso le dio una sencilla oración que ella y Jaime podían rezar juntos: "Señor Jesús, creemos que moriste para hacernos libres. Hoy te pedimos que, por el poder de tu cruz, hagas que Jaime se libre totalmente de esta adicción. Señor, confiamos en Ti y sabemos que Tú nos amas."

Jaime y Janet repitieron esta sencilla oración día tras día, en la mañana y en la noche. Jaime también la rezaba cada dos o tres horas en el trabajo, especialmente cuando sentía el deseo de fumar. A medida que se fue acercando al Señor gracias a esta oración, Jaime sintió que el deseo de fumar empezó a disminuir gradualmente hasta el punto de que ahora ya han pasado 15 meses desde que echó sus últimas bocanadas de humo.

El caso de Jaime lleva consigo un mensaje para todo el que esté luchando contra alguna adicción, ya sea el tabaco, el alcohol, la comida o incluso el sexo. Hermano, cualquiera que sea el vicio o el hábito que te tenga encadenado, las oraciones sencillas que se rezan con fe y devoción, como la que Jaime y Janet rezaron con mucha fidelidad, pueden ser armas poderosas para ayudarte a romper las cadenas de la adicción. Dios no quiere que sus hijos sigan viviendo esclavizados; pero espera que nos entreguemos en sus santas manos, confiemos en el poder de su cruz y le pidamos la gracia de vernos libres de todo lo que sea contrario a su voluntad en nuestra vida.

El pecado "imperdonable". En 1992, María se acababa de graduar de la universidad cuando conoció a Arturo. Comenzaron a salir juntos y en pocos meses habían desarrollado una relación seria. Incluso comenzaron a ir a la Iglesia juntos los domingos.

María consideró que su vida iba avanzando muy bien e incluso empezó a soñar con la posibilidad de casarse con Arturo, cuando recibió la impresionante noticia de que estaba embarazada. No estando segura de cómo reaccionaría su novio, un día se lo dijo, pero sus peores temores se hicieron realidad: él la dejó.

María se sintió destruida y a la vez llena de miedo por el futuro que le esperaba. Convencida de que no tenía las condiciones necesarias para ser madre soltera, no vio otra opción que someterse a un aborto. Esa decisión fue el inicio de un torbellino de remordimiento, dolor, confusión y culpabilidad que la hizo sufrir durante todo un año. Se sentía avergonzada en extremo de sus actos y deseaba que ojalá pudiera volver atrás y deshacer lo que había hecho. Estaba convenida de que Dios jamás la perdonaría.

Al ver que María iba cayendo cada día más en la depresión, una de sus amigas la invitó a una reunión de oración en su iglesia. Allí María se sintió conmovida por el amor que encontró en la gente y por el amor de Dios que estaba experimentando. Finalmente se sintió impulsada a ir a la confesión. El sacerdote se demostró muy compasivo con ella y cuando le dio la absolución, María recobró la paz una vez más; pero a pesar de todo, no podía despojarse del remordimiento y la vergüenza de haber quitado una vida humana. Sabía que Dios la había perdonado, pero sentía que ella no era una persona buena.

Su confesor le dijo entonces que el Sacramento de la Reconciliación no era sólo para recibir el perdón, sino para experimentar una completa restauración y sanación interior. Se trata de experimentar que Jesús hace morir los pecados antiguos y da una vida y esperanza nueva a los pecadores. Juntos oraron y le pidieron al Señor que le quitara todas las cargas que María venía soportando y las pusiera en su cruz para que allí les diera muerte de una vez por todas.

Cuando estaban rezando, sucedió algo muy asombroso. María tuvo una imagen mental de que Jesús la abrazaba y le decía que la amaba y la perdonaba. También sintió que Jesús le decía que su hijito estaba muy bien con Él en el cielo. Casi inmediatamente, María se sintió libre de la culpa y la vergüenza. Sabía que había hecho algo horrible y condenable, pero en ese momento, sintió que el dolor de su corazón se iba de ella. Entonces supo que ahora sí podía enfrentar el futuro con esperanza una vez más.

Querido hermano, ¿te parece que alguna vez has cometido un pecado imperdonable? ¿Te sientes encadenado por el sentido de culpa y el remordimiento? No tengas miedo de entregarte a Jesús y buscar el poder de su cruz para que seas libre. Cree que Cristo murió por todos los pecados que hayas cometido. Probablemente el recuerdo de todo lo que has hecho no desaparecerá, pero ciertamente se acabará el dolor de tus malas obras y encontrarás una nueva experiencia de esperanza y paz.

Su chili está caliente hoy. Juan era conocido por su mal genio. Cuando se irritaba, su esposa Sara decía, "Su chili está caliente hoy." Pero eso ya pasó. Ahora Juan casi nunca explota. Desde hace dos años, ha visto que el poder de la cruz de Jesucristo, el Señor, ha ido apaciguando su temperamento.

En los años anteriores, Juan no podía controlar su irritación cuando sucedía algo que lo frustraba mucho. Incluso las contrariedades pequeñas lo hacían estallar. Luego, cuando se le pasaba el berrinche, se sentía estúpido por haber actuado como niño. Se proponía controlarse mejor, pero volvía a caer cuando sucedía otra cosa que lo frustrara. Era un círculo vicioso que lo estaba destruyendo interiormente.

Una vez en Misa, Juan se sintió conmovido por la segunda lectura que escuchó. San Pablo decía "Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad" (2 Corintios 12,9). En la homilía que vino a continuación, Juan escuchó que la gracia de Dios es más poderosa que los vicios que a veces nos controlan. Escuchó que la gracia de Dios es más poderosa que las tentaciones de Satanás, y de repente cayó en cuenta y pensó: "¡La gracia de Dios puede ayudarme a controlar el mal carácter!"

Se fue ese día a casa y escribió la siguiente oración: "Señor Jesús, sé que soy débil, pero Tú eres fuerte. Ayúdame a controlar mi temperamento. Creo que tu gracia es suficiente para mí. Creo que Tú puedes librarme. Te prometo, Señor, que haré lo posible por no ceder a mis arrebatos, pero necesito tu gracia. Ven, Señor, y sáname, te lo ruego."

Cada día empezó a hacer fielmente oración personal y a invocar de esta manera el poder de Dios. Todavía, ocasionalmente, tiene arrebatos de ira, pero ya sabe que está cambiando. Ahora él y Sara bromean diciendo que su "chili" está ahora tibio, ¡pero se va enfriando!

¿Te sucede esto a ti también? ¿Tienes mal carácter, o eres inclinado a criticar o a quejarte de todo? El testimonio de Juan te puede demostrar que la gracia de Jesús es más que suficiente para ti. Aprovecha esta época de Cuaresma para postrarte a los pies de la cruz y presentarle tus necesidades al Señor. Allí puedes realmente encontrar sanación y un cambio de vida.

La clave de nuestra libertad. Todos tenemos una variedad maravillosa de dones, talentos y virtudes; pero también tenemos nuestra dosis de oscuridad y pecado. Este tiempo de Cuaresma es una época ideal para pedirle al Señor que te ayude a desarrollar tus dones y talentos y al mismo tiempo que Él te libre de tus malos hábitos y pecados.

La cruz de Cristo es la clave de nuestra libertad. Dentro de la cruz está el poder que nos ayuda a dejar de fumar, a cambiar el mal genio o a librarnos de cualquier hábito malo. La cruz del Señor tiene poder para quitar la culpa y el remordimiento de nuestra vida. Desde la cruz, Cristo nos llama por nuestro nombre y nos dice: "Te amo tanto que morí por ti. Tú no eres un fracasado. Eres mi hijo y te quiero mucho. Déjame llenarte de mi alegría y mi confianza."

Cuando Jesús nos pide negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz, nos está pidiendo también que nos apartemos del pecado y sigamos sus pasos, como lo hacen los santos. Pero no espera que lo hagamos sólo con nuestras propias fuerzas. Su gracia es la fuerza divina que necesitamos para morir a nosotros mismos. Su gracia no es otra que su amor y su misericordia, es decir, todo lo que necesitamos para formar, unidos con nuestros hermanos en la fe, la hermosa Iglesia que va a celebrar la Resurrección del Señor en esta Pascua.

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