La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Edición

a Sagrada Eucaristía

Ofrenda de amor, alegría y vida de la familia y del mundo

En septiembre pasado tuve la bendición de asistir al VI Congreso Eucarístico Nacional que se llevó a cabo en mi ciudad, Monterrey, México, del 9 al 13 de septiembre.

Los temas que allí se presentaron fueron muchísimos y todos muy interesantes, pero sólo pude tomar algunas notas lo mejor que pude, de lo que enseñaron numerosos cardenales, obispos y presbíteros. En la página web del Congreso (http://www.cen2015.com) se pueden consultar los temas y las charlas presentadas. De las enseñanzas recogidas, ofrezco a continuación un resumen de lo que me pareció más sobresaliente.

El tema del Congreso fue: “Eucaristía, ofrenda de amor: Alegría y vida de la familia y del mundo”. En él se vivió un proceso de inclusión y de aceptación, de concientización de nuestra relación con Dios, pero también con nuestros hermanos, un tiempo de purificación para acercarnos dignamente a la mesa del altar. María, en su misterio de amor materno, será la mejor guía y ayuda para lograrlo.

Los objetivos del Congreso fueron los siguientes: Promover la centralidad de la Eucaristía en la vida y la misión de la Iglesia Católica; Acrecentar nuestra comprensión y celebración de la liturgia; Concientizar sobre la dimensión social de la Eucaristía y Realizar una obra social.

La Sagrada Eucaristía. El banquete eucarístico nace como una cena familiar, en un contexto de celebración de la fe. En ella todos somos convocados como familia a reunimos, dialogar y compartir la vida y el pan. Pero al final de la reunión, tenemos que despedirnos con un doble sentimiento en el corazón: quisiéramos quedarnos más tiempo, pero al mismo tiempo deseamos partir, caminar y compartir con el mundo la alegría que hemos experimentado.

Como lo dijo uno de los oradores: “El Señor nos invita a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía y nos llama a la conversión. Reconozcamos que somos pecadores y que necesitamos la misericordia de Dios. La Eucaristía, no es el sacramento de los justos, sino la ayuda para nosotros, los pecadores.”

Una Iglesia de puertas abiertas y una “Iglesia en salida”. La Eucaristía debe llevarnos a que abramos no sólo las puertas del templo y de la evangelización, sino las puertas del corazón. Que se conmuevan nuestras entrañas ante la tristeza de tanta gente, ante la soledad de tantas personas, ante la desesperanza de muchos que peregrinan por esta tierra. Para que, en ese gesto de la paz y del encuentro, sintamos que estamos por alimentarnos del banquete que es símbolo de la reconciliación, del amor y de la paz.

La salida de la Iglesia al mundo es de servicio, es misión de amor. Jesucristo sale a tocar la puerta de nuestro corazón para que sepamos que somos hijos e hijas de Dios. La encarnación de Cristo es misión de amor, de verdad y de justicia. La Iglesia que debe salir, debe tener una relación auténtica y personal con Jesucristo y haber experimentado un nuevo Pentecostés.

Todo aquel que ama tiene que salir de sí mismo y no cualquier salida es salida de amor. La salida de Jesucristo no es como la del hijo pródigo. El último salió de su casa pero no salió de sí mismo. No salió de la casa del padre, huyó de ella. La iglesia sale a presentar a su Redentor. Ser Iglesia servidora es ser “sierva inútil”. Inútil, es decir, que encuentra su sentido en la misión que tiene y no en sí misma.

La Iglesia sale para proclamar la verdad y la justicia, mediante la misericordia y la reconciliación y así realiza el admirable servicio de consolar al hermano. La “Iglesia en salida” es la comunidad de discípulos misioneros que toman la iniciativa, que acompañan, fructifican y festejan.

Eucaristía y familia. La tradición cristiana, considera que la familia está fundada sobre el Sacramento del Matrimonio entre hombre y mujer como un bien inestimable. El ambiente natural del crecimiento de la vida, una indispensable escuela de humanidad, de amor y de esperanza. La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. El sacrifico eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia.

Cada pequeña iglesia doméstica es el lugar normal en que se ejercita el perdón. Una familia está viva y sana cuando es capaz de regenerarse continuamente a través del recíproco perdón, cuando es pedido, ofrecido y recibido generosamente. La misión de la familia brota de la Eucaristía. Aquí es donde la familia recibe un precioso mandato, porque el don del Espíritu Santo enciende en su corazón el fuego y el viento de la misión que la lleva a caminar por todas partes y anunciar el Evangelio.

El diálogo en familia, analogía de Eucaristía y Palabra. Diálogo y familia no se pueden comprender sin un intercambio profundo y respetuoso, y su alegría radica en el encuentro con el Señor. Algunas verdades en este sentido:

Jesús es el pan de vida. Pensemos físicamente: cuando comemos frijoles se convierten en una parte nuestra. No somos “pedacito de frijoles” sino que se integran a todo nuestro ser. Igualmente, la Eucaristía se transforma en nosotros mismos.

Pensemos en la Palabra. ¿Qué palabras comemos? Cristo es la Palabra que se hace carne, Palabra que penetra en nuestros oídos y pasa a formar parte nuestra, de nuestro modo de pensar y de actuar. Si toda la vida te la pasas alimentándote de la televisión y de programas tontos, así serán tus pensamientos y tu actuar. Parte de la dificultad del diálogo es el miedo a abrirse honestamente, a comprometerse. Escuchar al otro es vivir sus sentimientos.

Jesús encarnado es alimento. Quien cree en Jesús entra en esa amistad divina; en la misma entrega, muerte y resurrección del Señor. Después de comulgar, debemos salir y ser palabra que alimente, nutra y sostenga.

¿Cuánto del partirse, del dejarse tragar, implica el diálogo en familia? Cada miembro de la familia —papá, mamá e hijos— deberían tener esta actitud de pan: entregarse y “dejarse comer”, hacerse servicio, dar vida. Pero el pensamiento mundano nos lleva por otros lados y el individualismo nos presiona para no abrir el corazón, no compartir el tiempo, no exponerse…

Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra. La Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico (Verbum in Ecclesia). “El cuerpo de Cristo y su carne es realmente la Palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios” (San Jerónimo).

La verdad de la Palabra. Hay una urgente necesidad personal y comunitaria de comunicación, hambre de la Palabra, reconocimiento de la persona, necesidad de vernos como iguales. Es preciso que el que sirve no se sienta aparte. Hay que ir a lo esencial, platicar de lo importante, no solo de fútbol o del clima. Hay que arriesgarse a “dejarse comer.”

Si el hombre no se comunica con Dios ni con su familia, quedará irremediablemente solo. Dios se hace carne para comunicarse con nosotros. Él construye puentes y quiere que nosotros también lo hagamos.

Necesitamos ser testimonio, no ser católicos de nombre. Si la Eucaristía es comunión, su celebración debe renovarse y ser el centro de la vida de la Iglesia, generando la caridad hacia dentro y la misión hacia fuera.

El domingo, día del Señor. El domingo es el día de la resurrección, es el día de los cristianos, es nuestro día. No podemos entender la Eucaristía y todo su significado sin entender el domingo. El domingo recuerda la resurrección de Cristo, es la Pascua de la semana, en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Vivir según el domingo es vivir conscientes de la libertad traída por Cristo. Ahora puedo creer que Cristo me ha salvado y puedo caminar con fe y ser fiel.

El recordar las hazañas del Señor me ayuda a soportar las pruebas de hoy. Si viviéramos la Eucaristía como los primeros cristianos, daríamos la vida por ella, por Cristo y por su Iglesia.

Hay una urgente necesidad de participación de los miembros cristianos en la celebración dominical de la Eucaristía. Somos convocados para ser asamblea, para convertirnos en iglesia. La comunión sobrepasa toda frontera. En el Cuerpo y la Sangre del Señor, las diferencias éticas, políticas y culturales se transforman en una sola acción de celebración del Reino. Es un antídoto ante la cultura individualista, que actúa en la mente y el corazón de los creyentes.

Es importante para la familia vivir el día del Señor, que es también el día de la Iglesia y del hombre. San Juan Pablo II enseñaba que una familia no solo vive junta en la misma casa, debe también vivir el tiempo con un rito común. Si no es así, la casa se convierte en una hostería y no hay comunidad de encuentro de los miembros de la familia. Es necesario tener las tradiciones y celebraciones del tiempo del descanso para que haya espacios de relación hacia dentro, para comunicarse y divertirse juntos, y hacia afuera, a partir del día privilegiado del domingo. Por eso los cristianos se oponen a trabajar el domingo.

¿Cómo encontrarse? ¿Cómo estar presentes unos a otros? ¿Cómo convivir? No hay misión sin Eucaristía y no hay Eucaristía sin misión. La Iglesia no existe sin la Eucaristía en las familias, y sin la Eucaristía no se recibe la fuerza de la transfiguración y de la salvación que brota de este misterio. Cuando la familia participa en la comunión eucarística trasciende los muros de la casa y se convierte en comunidad.

El encuentro con quien sufre debe ser un momento de oración y de fraternal comunión. El sufrimiento vivido con amor y visualizado con realidad transforma, perfecciona, resucita vidas. Necesitamos encontrar a Dios en cada uno de los hermanos. La Misa tiene que ser la fuente que nos lleve a dejar los vicios y pecados, para romper con esa levadura vieja y ser personas nuevas, ser “panes nuevos” para los demás. Esta es la clara dimensión social de la Eucaristía.

Pidamos al Señor que abra nuestro corazón para que sepamos escuchar y anunciar su Palabra en la Eucaristía y en la vida diaria y ser reflejos del amor de Cristo para nuestros hermanos, especialmente los necesitados, enfermos, presos y sufrientes.

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